TREINTA Y SIETE

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Carolina no tenía muy claro qué película llevarse a casa. Claro que, de todas
formas, la que no cogiera hoy se la llevaría mañana igualmente, porque no había demasiadas novedades que la satisfacieran. Pese a ello volvió a leer las
contracubiertas de los estuches de las dos películas seleccionadas, buscando algo, un detalle que inclinara la balanza a favor de una o en detrimento de otra.

Las dos estaban protagonizadas por actores que le gustaban y tenían un toque de comedia romántica que le encantaba. Tampoco tenía prisa. El vídeo-club, a media mañana, no estaba precisamente a rebosar.

Se decidió, finalmente, por la que sostenía en su mano izquierda y dejó la
otra en la estantería. En ese momento vio pasar a Eddie por el otro lado de la calle,
inconfundible por su forma de andar, su ropa de marca y su aire ausente. Dudó
entre salir y llamarle o dirigirse al mostrador, pedir la cinta, pagar y salir en su busca.

Optó por lo primero. Se acercó a la puerta, miró calle abajo y entonces, antes
de que pudiera llamarle, lo vio meterse en la sucursal bancaria.
Regresó al mostrador y entregó el estuche de la película. El chico que lo
atendía buscó la cinta correspondiente, la metió en un nuevo estuche de color azul y tecleó su número de clienta en el ordenador. Carolina le dio 5 dólares
recogió el cambio y la cinta y salió a escape.

Cruzó la carretera por allí mismo, esquivando primero a los coches que
venían por su izquierda, en dirección a los Ángeles, y después, desde la leve
protección de la doble línea continua central, a los que venían en sentido contrario rumbo al puerto. Cuando alcanzó la otra acera, bajó corriendo la cuesta para meterse en la caja de ahorros.

No llegó a hacerlo.
Eddie estaba en el cajero automático, justo a la entrada, apoyado en él,
contando dinero. Y no era poco.
Desde el exterior, al otro lado del cristal, calculó Diez o Quince mil dólares,
aunque sólo fue una apreciación. El enamorado de su amiga no la vio. Acabó de contar el dinero, arrojó el comprobante a la papelera y recogió la tarjeta de crédito.

Tarjeta de crédito. Carolina frunció el ceño. Pensó que no era tan raro,
aunque... ¿quién tiene una tarjeta de crédito antes de...?
Eddie iba a salir.

Fue instintivo. Ni siquiera supo la razón de su gesto, ni qué motivó que diera un paso atrás y desapareciera de su visión. Claro que Eddie podía volver sobre sus
pasos y tropezársela. Por eso se metió en la tienda de al lado. Esperó unos
segundos.

Luego volvió a asomarse.
Eddie iba calle abajo, en dirección contraria, posiblemente a casa de Evan, a buscarla, o a bañarse en su piscina. Entonces hizo lo que había pensado de manera tan instintiva: caminó por segunda vez hasta la sucursal bancaria, entró y se acercó a la papelera. Había muchos comprobantes y papeles, pero el que estaba arriba de todo era el que, con mayor probabilidad, pertenecería a Eddie. Lo cogió y miró la cantidad.

No se había equivocado. Era un retiro en efectivo de Quince mil dólares.
—¡Jo! —silbó en voz alta.
Una tarjeta de crédito y dinero. ¿Extraño para un recién llegado en busca de
trabajo?
Carolina ni siquiera supo qué contestarse.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora