37. Estoy furioso contigo, Astrid

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Durante la cena de Año Nuevo en casa de la familia de Frank, Astrid descubre, accidentalmente, que la mejor forma de lidiar con la actitud arrogante de Matt, es contestándole con insolencias mesuradas; contradecirlo de manera sutil, pero con argumentos inteligentes.

Después de la primera vez que lo hace, contiene la respiración, preparándose para su reacción, pero él comienza a reír a carcajadas, disfrutando mucho el intercambio. Anne y Amy también parecen disfrutar que alguien ponga a Matt un poco en su lugar, pero quienes más satisfechos se encuentran cada vez que Astrid le lleva la contraria, son Frank y Florence.

Al despedirse esa noche, Matt se deshace en halagos y le dice que ojalá pueda acompañarlos para la cena de lo que ellos llaman la «Epifanía», que para Astrid es el Día de Reyes, una fecha que nunca ha sido celebrada en su familia.

No está segura de qué se hace en esa fecha, pero acepta sin tener que pensarlo dos veces, porque disfruta mucho del grado de atención que los miembros de la familia Palmer le entregan a manos llenas. Y, aunque no es algo que aceptaría en voz alta, la realidad es que está volviéndose extremadamente adicta al cariño familiar que encuentra en esa casa.

En los días subsecuentes a las fiestas, tanto Astrid como la familia de Frank encuentran pretextos diversos para verse. A veces, acompaña a Amy en sus aventuras de probar cosas nuevas como un té de burbujas o una sesión de un tipo de yoga que no ha hecho antes.

Otras veces, pasa horas en el estudio con Florence, mirando viejas fotografías, escuchando historias sobre los inicios del siglo pasado, sobre cómo era Lutton entonces y el tipo de vida que llevaban las mujeres de esas épocas. En otras ocasiones, se ofrece para acompañar a Anne a realizar alguna actividad de esas a las que sus hijos les hacen muecas, como el lanzamiento de un libro nuevo, o una subasta de antigüedades.

Su rutina pronto se divide entre el trabajo, las clases de la maestría que dan comienzo en la segunda semana de enero y las actividades con estas mujeres con quienes se la pasa tan bien. Y aun así, cuando llega a casa, completamente agotada y con la mente sobregirada, al momento en que se mete en la cama, no puede dejar de pensar en Emilia, de preguntarse qué estará haciendo, de imaginar sus ojos, su sonrisa, la tibieza de su piel y entonces el corazón se le llena de tristeza.

Sin importar las actividades que realice durante el día, con quien pase tiempo o cuánto se canse, cada noche culmina de la misma forma: con ella dando vueltas de un lado a otro de su cama, buscando el modo de poner freno a sus pensamientos, sin éxito. Algunas veces, cuando se siente al borde de la locura, contempla su teléfono por largo rato, considerando sus ganas terribles de llamarle; otras tantas, se dice a sí misma que nunca se atrevería a hacerlo; no después de todo el daño que le ha ocasionado.

Y cada mañana, al ponerse de pie, se promete que hoy será el primer día que logre dejar de pensar en ella.

A inicios de febrero, Pepe por fin comienza a responder sus mensajes, aunque lo hace de manera muy esporádica y monosilábica, mostrándole sin miramientos que sigue enojado con ella. Fernanda sigue sin responder.

El viernes 14 de febrero, alrededor de las once de la noche, cuando ella y Frank regresan a Boulder después de haber disfrutado de una cena de San Valentín con Anne y Florence, Astrid invita a su amigo a pasar por un café. Él mira su reloj antes de decidir si apagar el motor o no.

—¿Qué pasa, viejito? ¿Estás cansado? —se burla ella.

Él se ríe, niega con la cabeza y apaga el auto.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora