28. Tenías las manos demasiado ocupadas

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La última semana que Astrid pasa en Mérida, se siente como lo más parecido a una ruleta rusa emocional.

Por un lado, le entusiasma comenzar su nueva aventura en Monterrey, mientras que por el otro, le aflige tener que mudarse tan lejos para lograr sus metas, porque aquí, en su tierra, no hay oportunidades laborales para ella.

Por un lado, disfruta ver a sus amigos diariamente, mientras que por otro, le atormenta no saber cuándo volverá a convivir con ellos de esta forma; cuándo volverán a celebrar un cumpleaños juntos; cuándo podrán sentarse todos en una sala, a ver una película o un partido de la selección nacional.

Por un lado, se siente orgullosa de la eficiencia con la que ha logrado encargarse de sus pendientes, incluso esos que parecían casi imposibles; mientras que por otro, le incomoda ver que su casa se encuentra cada vez más vacía, al grado de que su propia presencia parece estar desvaneciéndose a pasos agigantados.

Por un lado, le encanta descubrir lo completa, plena y feliz que se siente al compartir su espacio con su chica del alma vieja; mientras que por el otro, le duele tener que dejarla, sin garantías de cuándo volverá a verla.

Cuando la tristeza quiere apoderarse de su corazón, Astrid se aferra a lo positivo: a la oportunidad de poner a prueba sus capacidades, de adentrarse en una cultura laboral muy distinta a la que ha conocido hasta ahora, de descubrir hasta dónde puede llegar cuando Ramón no está poniéndole trabas a sus propuestas ni a sus oportunidades.

Piensa, también, en lo divertido que será recorrer calles desconocidas, sumergirse en costumbres diferentes a las suyas, y en lo delicioso que le resultará probar las maravillas culinarias propias de la región.

Con menos frecuencia, pero quizás un poco más de entusiasmo, se imagina a sí misma siendo más libre que nunca al encontrarse tan lejos de cualquier miembro de su familia, y no sentir la obligación de visitarlos cada mes.

Pero cuando su positivismo comienza a rayar en la soberbia y en una desconexión emocional malsana, cae nuevamente en una espiral de tristeza en la que solamente puede pensar que lo que está sacrificando es más valioso que lo que obtendrá a cambio.

Entonces intenta consolarse, pensando en que su chica y sus amigos estarán siempre al otro lado del teléfono, pero al recordar las tarifas impagables de la telefonía de larga distancia nacional, entra en pánico una vez más.

—No quiero que ni tú ni la banda vayan a quedarse sin comer por una semana entera, a cambio de una llamada de diez minutos —dice Astrid, mirando al techo fijamente, mientras su brazo derecho abraza el cuerpo desnudo de Emilia.

—La respuesta siempre está en la tecnología de mensajería instantánea —responde su chica, dejando un beso sobre su piel, mientras dibuja figuras imaginarias sobre su pecho con las puntas de sus dedos traviesos—. El MSN Messenger, el ICQ...

Astrid la mira, frunciendo el ceño, escéptica. Ella ha estado aprendiendo esas cosas porque quiere sentirse tan cerca de Emilia como le sea posible, pero duda mucho que sus amigos estén dispuestos a hacerlo.

—Los amo, pero no son los más versados en tecnología.

—Pepe, Quique y Fernanda tienen cuentas en esos programas y los usan con bastante más frecuencia de lo que crees —asegura Emilia, apoyando su mentón sobre el pecho de Astrid para mirarla a los ojos—. Marisol y Lalo usan programas de mensajería interna en sus computadoras del trabajo, no es un gran salto de ahí al ICQ o al Messenger.

Emilia estira una mano para acariciar su mentón.

—Aura tiene esa laptop viejita que le reparé, y ahora vive pegada a ella porque varios de sus clientes de Reiki se sienten más cómodos enviándole un correo en lugar de tener que llamarle para agendar una cita... así que no será difícil convencerla de aprender a usar un par de programas más.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora