30. Tú tan soltera y yo tan casada

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Las primeras tres semanas que pasa Astrid en su nuevo puesto en Monterrey, le resultan bastante agridulces. Por un lado, sus habilidades de trato con la gente y las incontables horas que ha dedicado a estudiar el perfil de cada empresa que forma parte de su cartera de clientes, comienza a darle buenos resultados de manera casi inmediata; por el otro, no tarda mucho en descubrir que los procesos que tiene que dominar para poder desarrollar sus funciones básicas, van mucho más allá de conocer a sus nuevos compañeros y a sus clientes.

Sus funciones actuales requieren que aprenda a dominar procesos internos innecesariamente complejos que se implementaron hace más de una década, y que, aunque ya no tienen razón de ser hoy en día, siguen siendo utilizados como si estuvieran tallados en piedra; que aprenda a navegar las turbulentas aguas de las rencillas interdepartamentales, para no incurrir en ofensas involuntarias; y que aprenda a descifrar las sutiles dinámicas de poder que frecuentemente se dan entre los ejecutivos de alto nivel, para no sufrir el impacto de las mismas en el ciclo de desarrollo de cualquier iniciativa.

Ella sabe muy bien que estas minucias son cuestión de tiempo, que con el paso de unas semanas más, aprenderá cuándo y dónde intervenir en una toma de decisiones, y cuándo dejarlas en las manos de las grandes ligas; también sabe que aprenderá quiénes quieren participar activamente en un proyecto y quienes querrán abusar de su buena voluntad para terminar parándose el cuello con sus propuestas, del modo que lo hacía Ramón constantemente.

Y, en quizás un mes o dos, también sabrá de qué cuchillos tendrá que cuidar sus espaldas. Pero por el momento, se encuentra navegando aguas desconocidas, sin un mapa, sin brújula y sin una estrella polar que le indique hacia dónde se encuentra el norte.

Sin embargo, con lo que más le está costando lidiar, es con la actitud altanera y cínica de sus subordinados; tres hombres que detestan recibir órdenes de una mujer, mismos que no tienen empacho en parecer completos inútiles ante los ojos del departamento entero, con tal de retrasar los tiempos de entrega de cualquier tarea que Astrid les asigne.

Durante estas tres semanas, ella ha intentado distintas formas de motivarlos, sin llegar a buenos resultados. Y ahora está comenzando a cuestionarse si en verdad era la persona adecuada para este puesto.

Cada mañana, Astrid llega a la oficina con la entera disposición de encontrar la mejor forma de afrontar estos retos; pero, invariablemente, cada noche, alrededor de las siete, cuando el edificio se encuentra prácticamente vacío, se siente derrotada, agotada y aturdida.

Al llegar a su nuevo departamento, semivacío y frío, se siente tan fuera de sí misma, que lo único que logra ayudarle a mejorar sus ánimos, es escuchar la voz de Emilia. Sus conversaciones no pueden durar las horas que ambas desearían, pero incluso unos minutos de sumergirse en la voz cálida de su amada, le ayuda a convencerse de que todo estará bien eventualmente.

Casi a diario, después de colgar con su chica de los ojos color marrón, Astrid abre el chat grupal que mantiene con la banda en el MSN Messenger y deja un pequeño resumen de su jornada laboral, para ponerlos al tanto de sus desventuras.

—Me siento como si estuviera en la secundaria una vez más —les cuenta—, haciendo mi trabajo y el de tres inútiles, con tal de que los otros miembros de mi equipo no sean la razón de que el profesor me dé una calificación baja.

—¿Has intentado motivarlos? —Pregunta Aura, con ese optimismo inmortal que la caracteriza.

—Sí, y se me treparon a la cabeza los desgraciados.

—A lo mejor estás muy inaccesible —escribe Pepe—. Quizás deberías intentar acercarte a ellos por el lado más humano, ganártelos como cuates, salir a cenar con ellos o a tomar unas cervezas.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora