El lunes por la mañana, Astrid llega a la oficina para descubrir que su jefe puede ser mucho más inmaduro y vengativo de lo que ella había sospechado. A pesar de que la presentación había salido bien, y que Ramón había logrado ponerse en buenos ojos con los ejecutivos, esta mañana, su actitud está provocando que Astrid encuentre el ambiente laboral de una mina de sal más apetecible que el de la farmacéutica.
—¡Astrid! —grita Ramón desde el interior de su oficina, cuando la ve regresar de la cocina con una taza de café en la mano.
Astrid se detiene, intentando disimular que tiene que respirar profundamente antes de asomarse por el umbral de su puerta.
—No me has dado tu itinerario para Mérida.
Hace más de dos años que Ramón no ha pedido ver las fechas de sus viajes ni su plan de visitas médicas. Desde el momento en que comenzó a considerarla de su entera confianza, se ha conformado con tener una vaga idea de cuándo viajará su empleada y cuándo volverá a verla en su cubículo.
Astrid asiente, la expresión en su rostro es apacible y serena.
—¿Lo quieres impreso o por correo electrónico? —Su tono es perfectamente mesurado, aunque por dentro esté usando toda su fuerza de voluntad para mantener al Depredador dentro de una jaula electrificada; haciendo un esfuerzo sobrehumano para ocultar lo ofensivo que le resulta que Ramón pida revisar sus planes.
—Impreso, obviamente —responde él con un tono que parecería más apropiado escucharle a un adolescente mimado, hijo de padres millonarios—. ¿Se te olvida que tengo que ponerlo en tu FAV?
«El FAV» o Formulario de Autorización de Viaje, es otro tema que no han tocado en más de dos años; y es, en teoría, un documento extensivo que Ramón debería llenar antes y después de cada viaje de cada uno de los representantes a su cargo. En él se detallan las fechas, la cantidad de muestras médicas que se llevará el empleado, los nombres y teléfonos de cada médico que visitará y todos los gastos asociados con el viaje.
Si Ramón va a comenzar a llevar el FAV de Astrid como dios manda, eso quiere decir que a su regreso de Mérida tendrá que entregarle los comprobantes de sus viáticos. Afortunadamente para ella, su nivel de exigencia para consigo misma nunca le ha permitido bajar la guardia, es por esto que tiene un cajón que contiene una carpeta por cada viaje que ha realizado desde que comenzó a trabajar para la empresa. Dentro de cada carpeta, se encuentran los recibos y un reporte detallado de cada gasto en el que ha incurrido, cada médico visitado y cada caja de medicamento de muestra entregada.
—Te lo traigo ahora mismo —asegura, forzándose a mantener esa fachada imperturbable.
Y aunque su parte rebelde le ordena a gritos que saque todas las carpetas de documentación y las azote sobre el escritorio de Ramón mientras le dice: «Adelante, alegra mi día», en su mejor imitación de Harry el Sucio, la parte de sí misma que ha aprendido lecciones importantes sobre el respeto a la autoridad, de la forma más dura, le implora que se limite a imprimir su itinerario y dejar las cosas de ese tamaño.
«Para cuando regreses, ya se le habrá olvidado por qué está enojado y habrá regresado a su nivel normal de insolencia», dice la voz de Aura en su mente.
Astrid llega a su cubículo, deja su café sobre su escritorio y abre el documento digital en el que ha detallado los pormenores de su viaje. Cuando la ventana de diálogo le pregunta a cuál de las tres impresoras quiere mandar su documento, escoge la más lejana, la que le hará atravesar tres departamentos, convencida de que la caminata le ayudará a enfriar los ánimos.
Después de saludar a varios de sus compañeros, Astrid regresa a la oficina de Ramón con dos hojas en la mano.
—Aquí tienes —dice, mientras se las entrega.
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Los años son más cortos en Mercurio
Chick-Lit(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...