17. En incontables ocasiones

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Marzo del 2000

Astrid está sentada frente a Lalo en una mesa del primer piso del «Café La Habana», uno de sus restaurantes favoritos del Centro Histórico de Mérida.

Esta noche no los acompaña ningún otro miembro de la banda porque, de vez en cuando, Astrid se toma el tiempo de convivir a solas con cada uno de ellos, escucharles, y compartir un momento de intimidad.

Esta es una costumbre que comenzó con Aura, desde el inicio de su amistad, y que ha logrado establecer con cada uno de ellos.

Lalo ha pasado la noche entera hablándole de su trabajo, pero a diferencia de otras ocasiones, no le ha contado sus frustraciones ni sus desaciertos, sino que se la ha pasado hablándole sobre su interacción con Verónica, una chica que comenzó a trabajar en su oficina hace cosa de cuatro meses; una chica que, a todas luces, le gusta.

—Deberías invitarla a salir —sugiere Astrid, levantando la mirada de su plato para medir la reacción de su amigo.

Lalo se ríe, niega con la cabeza, mariposea los ojos, pero en su rostro hay un pequeño destello de la ilusión que le provoca esa idea.

—¿Por qué no? —insiste Astrid, ladeando la cabeza.

—Mi interés en ella es meramente profesional —asegura él, usando un tono que carece de convicción—. Me cae muy bien y admiro su filosofía de vida, eso es todo.

—A mí no me haces pata —Astrid sonríe pícaramente—. Ahí hay algo más, y creo que deberías explorarlo.

—A ver, mejor cuéntame qué hay de nuevo contigo —responde Lalo, huyendo del tema, como cada vez que se siente vulnerable—. Ya hablamos demasiado sobre mí.

Astrid hace una mueca y entrecierra los ojos, comunicándole que lo conoce muy bien, y que se da cuenta de que está intentando desviar su atención, como el excelente prestidigitador que es. Él niega con la cabeza sutilmente. Ese es otro comportamiento que Astrid sabe leer a la perfección; es un: «por favor, deja el tema en paz».

Ella asiente mientras le regala una sonrisa que promete: «ya entendí; voy a comportarme».

—Me llamaron de las oficinas de la Ciudad de México —anuncia ella entonces, aceptando el carpetazo que Lalo le está dando a la conversación sobre Verónica.

Su amigo frunce el ceño, examinándola con cuidado.

—¿Recuerdas que mandé mi C.V. a varias sucursales de la empresa? —pregunta ella, aunque puede apostar que la expresión de confusión en el rostro de su amigo, no es señal de que haya olvidado este detalle, sino de algo más.

Él levanta una ceja, asiente, come un poco.

—Hay dos puestos para los cuales quieren entrevistarme en la Ciudad de México —continúa ella—. Me voy en un par de semanas. ¿Quieres que te traiga algún disco?

—¿Cuántos días vas a estar ahí? —pregunta Lalo.

—Tres. Si me voy más tiempo, le da algo a Ramón.

—Entonces deberías irte un mes entero —propone él, con tono socarrón.

Astrid se ríe mientras está bebiendo un poco de agua y está a punto de atragantarse.

—La verdad es que sí me gustaría encargarte un par de discos que no he logrado encontrar aquí —continúa Lalo—, pero vas a tener el tiempo muy contado. Tres días no son nada y no me gustaría que anduvieras a las carreras por mi culpa.

—Voy a tener libre toda la tarde del jueves y la mañana del sábado —asegura Astrid—. El viernes entero lo pasaré en las oficinas, pero el resto del tiempo lo puedo dedicar a la búsqueda de tus encargos.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora