19. Un rincón obscuro de un bar

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Son casi las tres de la mañana, cuando los dos excompañeros de Astrid que todavía quedaban en la fiesta, por fin se despiden. Ella los acompaña a la terraza, recibe besos en la mejilla de parte de ambos y cierra la reja detrás de ellos.

Cuando entra de nuevo a la casa, descubre que Aura y Javier ya recogieron los pocos vasos y platos que quedaban regados por aquí y por allá. Javier está lavando los platos y Aura está limpiando la encimera.

—Gracias —dice, uniéndose a los trabajos de limpieza.

—De nada, diosa —responde Javier—. ¿Cómo estás?

La pena fingida en la mirada de su amigo, llama la atención de Astrid, que lucha por entender a qué viene la pregunta.

—Vi que Armando se fue muy enojado —interviene Aura, acudiendo a su rescate, como siempre.

Astrid sonríe, aliviada, negando con la cabeza. Javier y Aura intercambian una mirada.

—Iba a dejar de verlo de todos modos —confiesa—. El tipo es un egocéntrico insoportable.

—¿De verdad? —Javier se lleva una mano al pecho y suspira con alegría.

—Cuando nos lo presentaste creímos... —comienza a decir Aura.

—Sé lo que pensaron, pero nunca tuve intenciones serias con él, solo estaba intentando pagar una deuda de honor —Astrid se encoge de hombros—, pero se me salió un poquito de las manos.

—A la próxima que vayas a meter a un tipejo como ese en nuestras vidas —pide Javier, tomando la mano de Astrid entre las suyas—, ahí te encargo que nos lo adviertas, por favor. Estábamos muy preocupados por ti.

—No tienen nada de que preocuparse. Nunca más intentaré pagar una deuda saliendo con alguien —asegura Astrid—. Lección aprendida.

—Estoy muy orgullosa de ti —dice Aura, acomodando el último plato limpio en su lugar—. Ahora, hay otro asuntito que necesitamos tratar.

Astrid frunce el ceño.

—¿Qué pensabas? ¿Que no íbamos a hablar del beso número treinta y cuatro? —pregunta Javier.

Astrid siente el corazón en la garganta.

—No hay nada de que hablar —baja la mirada, porque sabe que sería inútil tratar de pronunciar esas palabras mirándolos a los ojos.

—Yo creo que hay mucho de que hablar —asegura Aura.

—No puedo —responde ella negando con la cabeza.

—Pero si estás clavadísima con ella, cariño —asegura Javier—. Mira nomás lo descompuesta que te dejó.

—No voy a insultarles intentando negar que siento cosas por ella que... —Astrid hace una pausa para recuperar el aliento, porque le viene faltando desde el inicio de su frase. Intenta acomodar las palabras adecuadas en su mente, pero no se atreve a pronunciarlas.

Suspira. Abre la boca, las palabras no le salen.

Aura la toma de la mano para darle ánimos. Javier la mira con cariño y devoción.

Astrid abre una de las gavetas más altas de su alacena y saca una botella que no estuvo en la barra, al alcance de los invitados, durante la fiesta. Es una preciosa botella de tequila Don Julio Real. Toma tres caballitos de otra parte de la alacena y los llena a tope. Le entrega uno a cada quién y luego les indica, con un movimiento de su cabeza, que la sigan. Ellos obedecen en silencio.

Cuando llegan a la sala, se sientan en el suelo, alrededor de la mesita de centro, como lo hacían cuando eran adolescentes. Chocan sus caballitos y beben un sorbito del tequila, apreciando su sabor y su aroma, dejando escapar algunos gemidos de placer en el proceso.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora