6. Un lapso momentáneo de razón

623 48 618
                                    

El lunes por la mañana, Astrid y Emilia desayunan juntas antes de salir a visitar siete distintas viviendas estudiantiles. Cuando llegan a ver la primera, Astrid se mantiene en silencio, vacilando por la extensión de la sala de la casa, mientras que la propietaria le enseña a Emilia la habitación que está en renta.

Astrid escucha a la chica del alma vieja desenvolverse con una soltura que no le ha conocido a nadie de su edad: Emilia hace preguntas certeras, responde a las preguntas de la mujer sin comprometerse a nada y en todo momento le deja bien claro, aunque de una manera bastante elegante y amigable, que quien tiene el poder de decisión es ella y no al revés.

Un poco más tarde, cuando estacionan frente a la segunda opción, Astrid mira su reloj. Son las nueve de la mañana. Se disculpa con Emilia y le dice que la alcanzará adentro. Camina hacia la esquina, en donde se encuentra un teléfono público y llama a la oficina del doctor Escalante. Tiene una cita con él a las once de la mañana, y lo mínimo responsable que puede hacer, es cancelarla cuanto antes porque sabe que no llegará.

Mientras marca el número, repasa en su mente las líneas que le dirá a la secretaria, rogándole al destino que la mujer acceda a reprogramarla para otro día de la semana, o para la siguiente. La mujer, a quien no le hace la mínima gracia enterarse de que Astrid no llegará a la cita agendada, le asegura que el calendario del doctor se encuentra repleto por los próximos dos meses.

Astrid le asegura que no le importa esperar, pero entonces la mujer le dice que solamente lleva una agenda de dos meses, que no da citas con más tiempo de antelación, que llame el próximo mes para ver si logra encontrarle un espacio.

Pero primero tendré que preguntarle al doctor si todavía está interesado en escuchar sobre sus productos —remata la mujer, usando un tono que raya en la altanería.

—No es como que le quiera vender Avón —piensa Astrid, pero se muerde la lengua—. Muchas gracias, señorita, yo llamo el próximo mes, con un poco de suerte, a lo mejor y el doctor acepta recibirme. Muchas gracias por su tiempo.

De nada —responde la mujer, pero un escupitajo en la cara hubiera sido menos grosero que su tono.

Astrid cuelga el auricular y retira su tarjeta telefónica. Casi puede escuchar a Ramón deleitándose en el hecho de que ella tampoco haya conseguido convertir al doctor Escalante. Niega con la cabeza, suspira y decide que ya vendrán otras oportunidades; acompañar a Emilia le importa más.

Llama a los otros dos potenciales clientes con los que tenía citas para hoy. Uno de ellos podrá recibirla el viernes por la noche, el otro, hacia finales de la siguiente semana, pero tendrá que llamar de nuevo para quedar en una fecha y hora concretas.

Cuando entra a la casa que están visitando, se sorprende al descubrir que el espacio de la habitación es bastante reducido para el precio en el que está anunciada; adentro, apenas caben una cama individual y un escritorio que sería más adecuado para una estudiante de secundaria, que para una universitaria.

Emilia, sin embargo, está sosteniendo una conversación bastante amena con la propietaria en la cocina. Astrid examina el rostro de la chica desde el interior de la habitación, preguntándose si en verdad está considerando este lugar como una posibilidad seria. Un parpadeo y un movimiento sutil de la cabeza de Emilia, apenas unos grados hacia la izquierda, bastan para comunicarle que no. Astrid respira con más tranquilidad.

Al terminar la séptima visita, después de observar de primera mano cada una de las interacciones de Emilia, Astrid llega a la conclusión de que a la chica del alma vieja no le hace falta esa figura de autoridad que ella le había ofrecido; comprende, por fin, que la actitud de Orlando y Toni respecto a su hija no se debe a una falta de interés en su vida, sino a una comprensión absoluta de sus capacidades.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora