47. No eres mi tipo

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Julio del 2008

Astrid está disfrutando de su brunch con Perla en el club, mientras platican de asuntos carentes de importancia y observan, con un poco de envidia, el reñido partido entre Toni y la señora Cedeño.

—Cuando me llegó el rumor de que habías regresado —dice la voz insoportable de Ramón, a unos pasos de su mesa—, yo respondí que eso era imposible. Astrid, la directora de área en las oficinas de Boulder. No. ¿Cómo iba a ser?

Su tono de burla es descarado y exagerado. Astrid lo mira, lo mide, pero no responde. A estas alturas de su vida, no hay nada que ese hombre pueda decir, que logre ocasionar las reacciones que él desearía.

—¿Necesitas trabajo? —Pregunta, usando su tono más ácido—. Porque, ahora que lo pienso, me anda faltando una representante de ventas.

—Tengo trabajo, Ramón, pero muchas gracias por tu ofrecimiento —para su propia sorpresa, su tono no solamente refleja la calma que hay en su interior, sino que incluso logra disfrazarse de amabilidad.

—¿A eso le llamas trabajo? ¿A ese laboratorio malogrado que terminaremos adquiriendo tarde o temprano?

—Sigue soñando, Ramón —responde Perla—. Por mucho dinero que ustedes pongan en la mesa, los dueños nunca han contemplado ninguna de sus ofertas seriamente —Perla voltea hacia Astrid y su mirada lleva el mismo tipo de tranquilidad que la suya—. Lo han intentado por años.

Ramón apoya todo su peso sobre una de sus piernas, se echa la raqueta al hombro y les muestra su sonrisa más arrogante.

—Pues no están ustedes para saberlo, pero yo sí para contarlo —mira a Perla y levanta una ceja—: estamos a nada de hacerles una oferta que no podrán rechazar —su intento de citar El Padrino pasa sin pena ni gloria ante sus interlocutoras—. Y cuando eso suceda, no voy a poder garantizarles que conserven sus puestos.

—¿Tanto nos extrañas que nos estás ofreciendo trabajo? —Pregunta Astrid, tocándose el pecho con las puntas de sus dedos, fingiéndose conmovida.

Ramón frunce el ceño, confundido de que su amenaza no esté causando el efecto deseado.

—Pero no deberías preocuparte tanto por nosotras —responde Perla, con la cabeza bien erguida—. Estoy segura de que encontraremos trabajo sin problemas, en caso de perder los que tenemos ahora.

—Allá ustedes —dice él, encogiendo los hombros, intentando recuperar las riendas de la conversación—. Nunca entenderé a la gente que prefiere irse a trabajar a una lugarsucho de segunda, en lugar de quedarse en una empresa de renombre.

—¡Ay, Ramón! —dice Toni parándose a su lado, apoyando una mano en el hombro contrario al que sostiene la raqueta—. Que ambas estén dispuestas a quedarse en un lugarsucho de segunda, en lugar de padecer un día más en tu empresa de renombre, debería ser una señal inequívoca de que hay algo que ustedes están haciendo muy mal.

—La cantidad de empleados que les han renunciado en los últimos meses debería ser otra indicación de que sus empleados no están contentos en ese ambiente tan hostil —remata la señora Cedeño, tomando asiento en la mesa de Perla y Astrid.

—Quizás deberían preguntarles a sus respectivos maridos qué es lo que están haciendo tan mal para que la gente se les vaya de ese modo —responde Ramón, mirando primero a la señora Cedeño y luego a Toni.

—Curiosamente, ninguno de los dos ha perdido ningún empleado en años —asegura Toni, dándole dos palmaditas en el hombro—. ¿Cuántos te han renunciado a ti en los últimos seis meses?

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora