11. Si Mercurio fuese una posibilidad

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Junio de 1999

El sábado 19 de junio, Astrid está de muy buen humor mientras se viste, cantando y bailando al ritmo de un disco de Roy Orbison; su casa está lista para recibir a sus invitados y ella, también.

Parada frente a su espejo, se mira de un lado, luego del otro. Se da media vuelta, mientras tuerce la parte superior de su cuerpo, en un intento de verse por detrás.

El timbre suena por primera vez, y ella se apresura hacia la puerta. Al abrirla, se encuentra con Javier y Aura. Abre los brazos, y los envuelve con ellos al mismo tiempo. Después, da un par de pasos hacia atrás y se da una vuelta completa, para darles oportunidad de admirar lo bien que sabe que se ve.

—Ay, cariño, mira lo guapa que te pusiste hoy —dice Javier, admirándola, llevándose una mano al pecho.

—Es mi último día teniendo 33 años —responde Astrid—, tengo que explotarlo, porque nunca más seré tan joven como ahora.

—No sé qué opinas tú, pero sospecho que no se puso así de despampanante ni para ti ni para mí —apuesta Aura, mirando a Javier.

Astrid niega con la cabeza rodando los ojos, mientras sus amigos pasan al interior de la casa.

—Esto es para ti, mi reina —Javier le entrega una pequeña bolsa de regalo.

Astrid le regala una sonrisa tierna, conmovida desde antes de abrirlo, porque cada vez que recibe algo de sus mejores amigos, sabe que corre el riesgo de terminar llorando.

Suspira, recordando que antes de que los miembros de la banda llegaran a su vida, solía tener una relación muy difícil con el acto de recibir un regalo; sus padres y hermanas llevan tres décadas enteras teniendo un tino impresionante para darle cosas que no le gustan, cosas que no van con su personalidad; cosas que le dejan, muy en claro, que nunca se han tomado la molestia de conocerla ni siquiera un poquito.

A veces piensa que las leyes de la probabilidad, o por lo menos las de la casualidad, ya deberían haberles otorgado la oportunidad de atinarle a algo que le guste, pero hasta ahora no ha sucedido.

Los miembros de la banda son las únicas personas que saben qué regalarle; son los únicos que saben que Astrid no necesita cosas materiales, sino emotivas.

Cuando Javier llegó a su vida, fue la primera persona en tomarse el tiempo de conocerla, de analizarla, de encontrar el modo de sorprenderla; y fue, también, la primera persona en hacerla llorar con un regalo.

Por aquellas épocas, cuando el dinero no figuraba en sus posibilidades, Javier empeñaba días enteros de su tiempo, en la cuidadosa elaboración manual de los regalos de cumpleaños de Astrid y ella hacía lo mismo por él.

Desde entonces a la fecha, Javier puede llegar con un gran regalo o uno diminuto; uno costoso o extremadamente barato, pero, sea lo que sea, que su amigo decida darle, siempre es algo que va a la perfección con su personalidad.

Aura lleva décadas quejándose de no saber qué darle, pero fue la primera persona en enseñarle que una carta, una mirada de complicidad, o un pequeño discurso lleno de cariño, son regalos inigualables, cuando van acompañados de la clase de sinceridad que caracteriza a su amiga. Invariablemente, cuando Aura quiere darle un regalo, logra hacer algo que toca las fibras más sensibles de Astrid y le llena el corazón de una alegría única.

Lalo le regala trocitos de nostalgia. Ya sea en forma de un disco, una película o una calcomanía con una cita proveniente de un libro. Lo que sea que Lalo le entregue, siempre se trata de algo que contiene un fragmento de intimidad compartida; un chiste local, algo que disfrutaron juntos.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora