15. Conjuro de madrugada

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Diciembre de 1999

Astrid admira las luces de la Zona Hotelera, a través de la ventana de su auto, sin saber exactamente cómo llegó a él. No pone atención a lo que ve; su mente está desconectada y su cuerpo está en modo de piloto automático, porque la chica del alma vieja está al volante y va a encargarse de que ella llegue sana y salva a su departamento.

Astrid se encierra en un rincón lejano, obscuro y silencioso de su mente, intentando apagar las palabras hirientes de Ramón; repitiéndose que nada de lo que dijo es cierto, que ella merecía ese puesto.

Un parpadeo más tarde, el aire salado le está pegando en el rostro. Su ventanilla está abierta, pero no tiene consciencia de haberla bajado.

Otro parpadeo más tarde, la avenida se encuentra en una obscuridad casi absoluta. Se pasa las puntas de los dedos por las mejillas para descubrir que están empapadas. Toma un pañuelo desechable y comienza a secarlas.

Al notar que se encuentran en las cercanías de Punta Nizuc, decide abandonar el piloto automático y comenzar a prestar atención al camino. Cuando llegan a la última curva de la zona, distingue un acotamiento que conoce bastante bien.

-Estaciónate aquí -Le pide a Emilia, con un tono sereno que les sorprende a ambas.

Emilia baja la velocidad, se empareja con el acotamiento y apaga el auto. La chica de los ojos color marrón no se mueve ni un milímetro, esperando al siguiente movimiento de Astrid. Ella le sonríe y mueve la cabeza, ligeramente, indicándole que se van a bajar.

Emilia retira las llaves y la sigue, mientras Astrid cruza la ciclopista para internarse entre la vegetación que esconde una playa poco conocida y poco visitada; un lugar al que ella ha venido en varias ocasiones con distintas personas.

Esto es exactamente lo que necesita: obscuridad, calma, el murmullo tranquilo del mar; la brisa fresca, la tranquilidad de estar alejada de la civilización y la mejor compañía que podría pedir para un momento de crisis emocional.

La luna, las estrellas y los hoteles lejanos, son las únicas fuentes de luz en este rincón desconocido por la mayoría de los habitantes de la ciudad. Este es un lugar que solamente un alma aventurera suele encontrar.

En cuanto los tacones de Astrid se hunden en la arena, se inclina para quitárselos. Los carga en su mano izquierda mientras camina en silencio, hasta encontrarse muy cerca del agua. Respira profundamente, llenándose los pulmones de ese aire salado que tanto disfruta. Luego se sienta, dejando sus zapatillas a un costado de su cuerpo; Emilia se sienta a su lado sin decir una sola palabra.

Astrid cierra los ojos. Respira lenta y profundamente, una vez más, comenzando a sentir, por fin, el alivio que ha estado anhelando desde que se marcharon del Centro de Convenciones. El Depredador, finalmente, está buscando un rincón en el cual recostarse a descansar.

Astrid envuelve sus rodillas con sus brazos. Cuando abre los ojos y voltea, buscando los de Emilia, la descubre mirándole los muslos, que quedaron al descubierto cuando recogió sus piernas.

-Ten algo de respeto -Le reclama, asestándole un ligero codazo en las costillas.

-Lo lamento -responde la chica, sobresaltándose y volteando el rostro hacia el mar.

Astrid niega con la cabeza al distinguir el modo en el que el cuerpo entero de Emilia se tensa al saberse descubierta. Ella mantiene su fachada serena, pero su interior está sonriendo. A pesar de lo mal que ha ido la noche, saber que tiene la atención de Emilia, le hace sentir halagada.

-Sé que es una tontería que este asunto me afecte tanto -asegura-, si tomamos en cuenta que hay millones de personas en el mundo con problemas reales: gente que no tiene qué comer, gente padeciendo enfermedades mortales, gente sufriendo de injusticias sistémicas -Astrid hace un esfuerzo honesto por sonreír-. En el gran esquema de las cosas, vivo una situación bastante privilegiada y aun así exijo más.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora