38. ¿No recuerdas nada del viernes en la noche?

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Domingo 13 de julio del 2003

Astrid contempla su reflejo en el espejo de cuerpo completo, estudiando minuciosamente el ligero vestido de chifón blanco que enmarca su silueta, fluyendo elegantemente hasta alcanzar sus rodillas. Los delgados tirantes ajustables caen suavemente sobre sus hombros hasta llegar a un cuello en forma de «v», que deja al descubierto su pecho, añadiendo un toque de sensualidad a un atuendo que, de otro modo, sería demasiado sencillo para una boda.

Suspira, desganada, se mira de un lado y luego del otro. La falda fluye con sus movimientos, pero hay algo en este vestido, en su apariencia y en el ambiente cálido de esta habitación, que le da una sensación de déjà vu, de la cual no logra escapar, por mucho que lo intenta.

Ella sabe que su incomodidad no se debe únicamente a esta sensación de ya haber vivido este momento con anterioridad; no, su irritación viene de no poder sacudirse la imagen de Emilia, haga lo que haga. La imagen de la chica de los ojos color marrón ha estado consumiendo cada uno de sus pensamientos desde que abrió los ojos esta mañana, y no parece tener intenciones de irse a ningún lado.

La echa tanto de menos, que le ha parecido verla en todas partes: en una mesa lejana del restaurante, mientras desayunaba con sus padres y escuchaba a su madre recitarle, por décima ocasión, las mil razones por las cuales a Rebeca y a Brenda les había resultado imposible venir a la boda.

Un poco más tarde, mientras les mostraba a Amy, Aura, Marisol y Fernanda, en dónde sería la ceremonia, le había parecido ver a Emilia en el jardín, desplazándose entre los empleados del lugar.

Después, le pareció verla, muy brevemente, en el rostro de la joven que llegó para maquillarla y peinarla un par de horas atrás.

Astrid niega con la cabeza, intentando ajustar el tirante izquierdo de su vestido, el cual parece estar un poco más corto que el derecho. Pelea con el broche sin lograr mover el tirante, y su frustración desborda en sus palabras.

—Ajustable, mis calzones —asegura, con más enojo del justificado.

—Los vas a arruinar —Javier se acerca a ella y le da un golpecito en cada mano para obligarla a dejar de tocarlos.

Javier logra emparejar los tirantes en un santiamén, con delicadeza suprema y sin ocasionar ningún desperfecto. Luego se acerca al tocador que está a unos pasos de ellos, toma tres pares de aretes largos, cada uno de un estilo distinto y regresa a pararse frente a ella. Toma uno y lo acerca a la oreja izquierda de Astrid. Cierra un ojo mientras la examina.

—Uhmm... no —luego repite la acción con los otros dos. Hace una mueca, chasquea la lengua—. Aura de mi vida, ayúdame con esto —pide, rindiéndose ante su propia indecisión.

—Dame un segundo, Javi —responde su amiga desde el interior del baño.

Aura, quien se supone que está en la habitación para ayudarlos, lleva, aproximadamente, cuarenta minutos en el baño, luchando contra una mancha diminuta que le hizo a su vestido al momento de robarse una fresa del carrito de cortesía, en el que había fruta, varios jugos naturales, agua, e incluso champagne.

—¿No deberías consultarme a mí cuál me gusta más? —pregunta Astrid con ese tono agrio con el que han estado saliendo todas sus palabras desde el inicio del día.

—No —Javier menea la cabeza, arruga los labios—. Tú tienes cosas más importantes en qué ocupar tu mente y, conociéndote, no sabes ser objetiva cuando estás nerviosa.

—Pero es mi boda —insiste Astrid, estirando la mano para tomar el último pendiente que Javier había acercado a su rostro—. Además, no estoy nerviosa.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora