36. Si él no puede, yo vengo sola

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14 de octubre del 2002

El lunes por la mañana, Astrid se pone de pie, se toma el baño más largo de su vida y, más tarde, mientras se viste, se mira al espejo y se promete hacer un esfuerzo honesto por dejar de pensar en Emilia. Se siente derrotada, drenada y rota, pero no puede encerrarse en su habitación ni refugiarse entres sus sábanas para siempre; es hora de comenzar a avanzar hacia un futuro en el que, quizás, pueda alcanzar algo más o menos parecido a la paz emocional.

Al llegar a la oficina, entra en modo automático y se desconecta del mundo para dedicar su entera atención a su trabajo.

Durante la semana sostiene conversaciones individuales con los miembros de la banda. Quique es el primero en llamarle, bajo pretexto de ver unos pendientes de su casa con ella, pero antes de colgar, le pregunta, con un tono solemne, cómo se encuentra. Astrid le asegura que se encuentra bien, y que no hay nada de que preocuparse. El tono con el que su amigo le responde «si tú lo dices», le comunica, sin lugar a dudas, que no le cree, pero tampoco insiste en saber más.

Esa misma noche, apenas una hora más tarde, recibe una llamada de Marisol. Ella no intenta ocultar su intranquilidad detrás de pretextos de ninguna clase, sino que abre su conversación con la pregunta: «¿Cómo está eso de que conociste a alguien?», con un tono que no termina de decidirse entre ser un reclamo y ser una declaración incrédula.

Astrid le responde que se trata de una persona del trabajo, le dice su nombre también y luego le recita las mismas características que le dijo a Emilia cuando terminó con ella. Antes de despedirse, Marisol le dice que, aunque le desea mucha felicidad, sigue sin poder entender cómo pudo enamorarse de alguien más teniendo a Emilia y que no sabe qué pensar sobre esta situación.

Al día siguiente, Lalo le llama para contarle que Verónica ya se separó de su esposo, que está viviendo sola en un departamento y que ahora se ven con más frecuencia que antes. Astrid le dice que se alegra mucho por él. Unos minutos más tarde, sin preguntarle nada, su amigo le dice que cree que está cometiendo un gran error. Ella no defiende sus actos, escucha las palabras duras y directas de Lalo, asintiendo en silencio al otro lado de la línea y antes de colgar, se limita a darle las gracias por ser tan sincero con ella.

De Pepe, Fernanda y Aura, no sabe nada durante esos días.

El viernes, recibe una llamada de Javier.

¿Cómo estás, diosa? —pregunta él.

—De lo que estés imaginando, quizás unas diez veces peor.

—No es para menos.

—¿La has visto? —pregunta, porque siente que le falta el oxígeno al no saber de ella, al no escuchar su voz, al no poder ver sus ojos color marrón, pero se arrepiente enseguida—. No me digas, no debí preguntar, disculpa.

—Y con todo respeto, diosa, sabes que te amamos, pero ninguno de nosotros va a darte noticias suyas, aunque las pidas.

Astrid no responde. Una parte de su mente estaba preparándose para algo así. La banda adoptó a Emilia como una integrante más y eso quiere decir que van a cuidarla y protegerla, aun si eso significa protegerla de ella. Una ligera sonrisa de orgullo por ellos nace en sus labios; y también siente un gran consuelo de saber que Emilia no está sola, los tiene a todos ellos.

Estuvimos platicando y creemos que es lo mejor para todas las partes involucradas —continúa Javier—. No queremos lastimar a nadie, ni ser llevadera de chismes, ni tomar partido en ninguna forma.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora