Marzo del 2009
Esa mañana de miércoles, Astrid y dos de sus compañeras, están en la oficina desde muy temprano, porque están preparándose para la presentación que darán en punto de las nueve de la mañana frente a su jefa, que es la coordinadora del área de medicamentos para enfermedades poco comunes, y al gerente del departamento de ventas.
Astrid, Gabriela y Tania, han invertido cuatro semanas en investigación, recolección de datos y redacción de la información que ahora se encuentra sintetizada en una propuesta que ataca varias áreas de oportunidad que han detectado en las estrategias de ventas que actualmente se utilizan en la empresa. Esta presentación, propone abordar el mercado en maneras más efectivas que han sido sometidas a prueba por otras empresas, con excelentes resultados.
—Una de ustedes dos debería presentar y la otra debería responder a las preguntas —insiste Astrid, como ha venido haciéndolo desde que les dieron fecha para la reunión.
Sus planes de dejar la industria farmacéutica el próximo año están yendo viento en popa, pero en el tiempo que le queda antes de marcharse, quiere sacar a relucir el gran potencial de sus compañeras, con la intención de impulsarlas a llegar tan alto como sus sueños se los permitan, en lugar de quedarse estancadas por años en un puesto que les queda demasiado pequeño.
—No. No. No —responde Gabriela, poniéndose visiblemente nerviosa.
—Pero te sabes el material de memoria, comprendes la información y crees en ella —asegura Astrid, porque cree ciegamente en las capacidades de la joven—. Tienes todo para ser tú quien hable hoy.
—No. Me da pánico, me quedo estática y no puedo hablar. Además, tú eres la cara de este proyecto.
Astrid mira su reloj, faltan quince minutos para la reunión.
—Vamos a la sala y ensayamos un poco —dice poniéndose de pie.
Sus compañeras la imitan, intercambiando miradas nerviosas ante la posibilidad de que Astrid continúe insistiendo en que alguna de ellas presente el material.
Están a medio camino hacia la sala de reuniones, cuando Astrid nota que dejó su celular en su cubículo. Le entrega su laptop y las copias físicas de la presentación a Tania.
—Adelántense, enseguida les alcanzo —asegura.
Cuando llega a su lugar, toma su teléfono para ponerlo en silencio, pero justamente en el mismo instante en el que lo levanta, el aparato comienza a sonar. El nombre de Emilia aparece en la pantalla. El corazón de Astrid se acelera enseguida, con un mal presentimiento.
—¿Emilia?
—Necesito ayuda, acabo de chocar —dice la chica del alma vieja con voz temblorosa.
—¿Estás bien? ¿Te pasó algo? —La mente de Astrid comienza a revolucionar a gran velocidad.
—Fue mi culpa, me estampé contra un auto, no lo vi. No lo vi. Fue mi culpa, llevaba prisa porque se me estaba haciendo tarde para llegar a la oficina y salí muy rápido.
—¿Pero tú estás bien? ¿Te pasó algo? —Astrid apaga su computadora y comienza a meter sus pertenencias en su bolso.
—Yo estoy bien, no me pasó nada. Solo es el sacudón, pero mi carro... El frente está destrozado. Fue mi culpa, Astrid.
—¿Y sabes si las personas del otro auto están bien? —Astrid se echa la bolsa al hombro y comienza a caminar a paso veloz, casi corriendo, hacia la sala de reuniones. Mirando su reloj sin despegar el aparato de su oreja.
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Los años son más cortos en Mercurio
Literatura Feminina(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...