Cuando la luz del día comienza a iluminar el interior de la tienda de acampar, Astrid levanta la cabeza para poder mirar su reloj sin tener que soltar a Emilia. Son las siete de la mañana. Astrid entierra la nariz en los cabellos de la chica y aspira profundamente. Sabe que podría pasar la vida entera así y nunca cansarse de su aroma.
No quiere soltarla, pero sabe que lo mejor será que no se encuentre aquí cuando ella despierte.
La aprieta más fuerte contra su cuerpo, suspirando; disfrutándola por un instante más, grabándose a fuego las sensaciones casi mágicas que Emilia dibuja sobre su piel sin siquiera saberlo.
Luego la suelta. Con mucho cuidado de no interrumpir su sueño, retira el brazo que está debajo de ella, rueda hacia el costado contrario y se incorpora sin hacer ruido. Saca dos toallas y dos trajes de baño de su mochila.
Envuelve uno de los trajes de baño en una de las toallas y escribe una nota: «Estoy nadando, te dejo esto por si quieres venir a acompañarme». Luego se retira la blusa y el sujetador para ponerse la primera pieza de su traje de baño. Acto seguido, se pone de pie, se quita las bermudas y voltea sobre su hombro para asegurarse de que Emilia sigue profundamente dormida.
Se retira las bragas y se pone el bikini. Dobla su ropa cuidadosamente y la mete en la mochila. Toma su toalla y la botella de agua que se encuentra de su lado y sale de la casa de acampar. Se estira, notando por primera vez las consecuencias de haber pasado la madrugada abrazando a la chica del alma vieja. Sonríe, porque este nivel de rigidez en sus músculos le parece un precio bastante barato a pagar por el placer de haber tenido a Emilia entre sus brazos.
Mientras camina hacia el mar, se enjuaga la boca y luego bebe un poco de agua. Cuando está muy cerca de la orilla, deja caer su toalla, deja la botella a un costado y sigue caminando hasta internarse en el agua.
Se sumerge, nada y se olvida del mundo entero, excepto de Emilia; Emilia no deja su mente ni siquiera un instante. Tenerla en sus brazos ha sido una de las experiencias más gratificantes que ha tenido en memoria reciente. Nada se compara con esto: ni las citas en restaurantes lujosos con el doctor, ni el sexo salvaje con Leticia, ni siete meses de relación seria con Mario.
Repasa la noche: las distintas sonrisas de Emilia, el modo en que su semblante se pone muy serio cuando está contándole cosas interesantes, y la intensidad con la que sus bellos ojos color marrón le atraviesan el alma cuando está escuchándola.
Este fragmento de playa solitaria es lo más cercano que tendrán a una vida en Mercurio. Astrid sale a la superficie por un poco de aire, luego flota boca arriba, dejando que el mar se encargue de cargar con el peso de su cuerpo y también con el de su alma contrariada.
Cierra los ojos y se desconecta del mundo entero una vez más. Recuerda el beso que Emilia le dio el día de su cumpleaños y sonríe. Ha repasado esa escena en su mente tantas veces, que a estas alturas ya la lleva tatuada en la memoria.
Cuando siente que su cuerpo comienza a traicionarla, decide nadar un poco más, para despejarse y alejar el recuerdo de los labios de Emilia, presionando apasionadamente contra los suyos.
Unos minutos más tarde, un movimiento en la lejanía llama su atención. Mira hacia la arena para descubrir que la chica del alma vieja está saliendo de la tienda de acampar, portando el traje de baño que le compró.
Los primeros acordes de Do you want to touch me de Joan Jett & the Blackhearts comienzan a sonar en su mente mientras la mira contonearse, elegantemente, en su paso lento hacia el agua. Emilia parece sacada de la mejor escena de caminata en cámara lenta de una película hollywoodense.
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Los años son más cortos en Mercurio
Chick-Lit(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...