18. Un saldo de corazones descartados

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El sábado en la mañana, mientras Astrid está en una tienda de discos de la Ciudad de México, buscando los encargos de Lalo, su celular comienza a sonar. No reconoce el número que aparece en la pantalla digital, pero sospecha de quién se trata.

—¿Diga?

Astrid, soy Armando —dice el doctor.

—Hola, Armando, ¿cómo te va? —pregunta ella, suavizando el tono de su voz un poco, pero no demasiado.

Después de unos minutos de conversación ligera, que va por los rumbos de: «me dio mucho gusto verte» y «los años no pasan por ti», el doctor decide, finalmente, ir al punto.

¿Estás libre en la noche? Quiero llevarte a un restaurante que me encanta.

Estoy en la Ciudad de México, doc —responde ella, con un tono casual—. Regreso hoy, pero mi vuelo es a Cancún.

¿Y cuándo vienes a Mérida otra vez? —pregunta él.

—En dos semanas —Astrid usa sus dedos para revisar las portadas de varios discos con bastante rapidez.

Entonces, apártame el primer viernes en la noche cuando estés aquí —propone Armando.

—¿Te llamo a este número cuando llegue?

Sí, es mi celular —dice él.

Antes de despedirse, el doctor le promete que el lugar al que la llevará, va a gustarle mucho. Astrid nota, entonces, una cierta arrogancia en su tono, que no termina de gustarle. Al colgar, Astrid niega con la cabeza, intentando no comenzar a padecer esa cita antes de tiempo. Guarda el celular en su bolso y continúa en su búsqueda de los discos para Lalo.

Diez días más tarde, mientras Astrid está en su cubículo, haciendo los últimos preparativos para su siguiente viaje a Mérida, recibe una llamada por parte de la coordinadora de Recursos Humanos de las oficinas de la Ciudad de México.

La mujer le anuncia que, lamentablemente, los dos puestos para los cuales fue entrevistada, le han sido otorgados a candidatos locales. La llamada es breve y al punto, pero antes de despedirse, la mujer cambia su tono a uno menos formal, entonces le asegura que fue un placer haberla conocido, y la anima a seguir postulándose para otros puestos en el futuro.

Astrid le da las gracias, imitando el tono amigable de la mujer, aunque por dentro se encuentra bastante desilusionada. El resto del día, está que no la calienta ni el sol.

Cuando Ramón hace acto de presencia en su cubículo, para pedirle unos cambios de último minuto en una presentación que él usará en una reunión ese mismo día, ella no tiene ganas de pelear ni de decirle que son cambios innecesarios que harán que el texto parezca redundante.

—No hay problema, te los hago enseguida —responde, sin energías.

—¿Estás enferma? —pregunta su jefe, haciendo una mueca de asco y dando un par de pasos hacia atrás.

—No.

—¿Qué tienes? No pareces tú misma.

—No tengo nada —responde ella, con un tono tan sereno, que es casi monótono—. Te dije que te voy a tener los cambios listos y que no hay problema.

—Precisamente el punto —dice el hombre, examinándola con el ceño fruncido—. ¿Estás en tus días difíciles?

—¡Carajo, Ramón! —Voltea hacia él, dejando salir toda la ira del Depredador a flor de piel—. Estoy intentando ser amable contigo, ¿por qué tienes que ser así de desagradable?

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora