Viernes 11 de octubre del 2002
«Estoy soñando», piensa Astrid, mientras contempla el escenario post-apocalíptico que se extiende hasta donde logran ver sus ojos. La ciudad entera está en ruinas, y no parece ser Boulder sino Mérida. El exceso de humo, levantándose en enormes columnas, ha ennegrecido el cielo y no deja pasar la luz del sol.
A lo lejos, escucha un sonido mecánico. Al darse vuelta, logra ver una especie de maquinaria gigantesca que hace temblar el suelo bajo sus pies. Esa monstruosidad mecánica destruye todo lo que toca; aplastando, devastando, y consumiendo lo poco que aún queda en pie.
«Estoy soñando», se repite Astrid, al tiempo que comienza a mirar en todas direcciones, buscando a Emilia. ¿En dónde está Emilia? ¿Cómo puede mantenerla a salvo de ese artefacto infernal?
Intenta gritar su nombre, pero no logra escuchar su propia voz. Entonces la encuentra en la lejanía, huyendo tan rápido como se lo permiten sus piernas. «¡Emilia!» intenta gritar Astrid una vez más, pero no produce sonido.
La gran máquina de destrucción comienza a perseguir a la chica de los ojos color marrón, acelerando su paso mortífero. «¡No, no, no!», grita Astrid, comenzando a correr en la misma dirección que ella, pero los escombros se lo impiden, moviéndose como si tuvieran vida, atrapando sus pies, sus piernas, sus caderas, hasta engullirla casi por completo.
«No. No. No», es lo último que se escucha decir antes de que la última luz se apague en su mundo.
Astrid abre los ojos casi violentamente y se toca el pecho, el rostro, los brazos. Se incorpora un poco para mirar el reloj digital y descubre que son apenas las cinco de la mañana.
Se pone de pie, camina hacia la cocina, abre el refrigerador y saca la jarra de agua para servirse un poco en un vaso. Se pega el vaso frío a la frente y suspira. Se toca las mejillas para descubrir que había estado llorando mientras soñaba.
Entra al baño, se lava la cara con abundante agua tibia y decide ponerse su ropa y zapatos deportivos. Unos minutos más tarde, está corriendo alrededor del lago.
Mientras corre, escucha música, pero no pone atención a ninguna de las canciones que conforman su lista. Es como si únicamente pudiese escuchar el ruido de sus propios pensamientos, el retumbar metálico de la máquina destructora que se ha apoderado de su mente.
El sol está comenzando a salir en el horizonte cuando Astrid se detiene para recuperar el aliento, después de haber perdido la cuenta de las vueltas que le ha dado al lago. Su corazón no regresa a su ritmo normal y su mente no se detiene. Una desesperación monumental se apodera de ella y un maremoto de lágrimas invade sus mejillas.
Entonces viene una taquicardia acompañada de pensamientos invasivos; de escenarios más desesperantes que aquellos que vio en su pesadilla.
«Esto parece un ataque de ansiedad», dice la voz gentil de Aura en su mente. «Inhala profundamente por la nariz. Mantén el aire en tus pulmones por un momento. Muy bien. Eso... eso es. Ahora exhala lentamente por la boca». Astrid sigue las instrucciones mientras que su mano derecha se va a su pecho y la izquierda a su área abdominal.
«Concéntrate en ese árbol», sugiere la voz de Aura, «el que parece sacado de una película de Tim Burton». Astrid observa el árbol con tanto cuidado como su ataque se lo permite, intentando fijarse en los detalles, en las ramas torcidas, en los ángulos poco comunes. Es cierto, parece algo concebido por la mente de Tim Burton.
«Siente el latir de tu corazón, el modo en que tu pecho se infla al respirar, la textura de la tela que compone tus ropas», Astrid sigue respirando profundamente. Cuando comienza a sentirse un poco en control de la situación, la voz de Aura le dice: «Esto también pasará, hermosa. Esto también pasará».
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Los años son más cortos en Mercurio
Literatura Feminina(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...