13. Carmesí y trébol

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Julio de 1999

A su regreso a Cancún, Astrid pasa las siguientes semanas sumergida en su trabajo, entumeciendo su mente con datos cuantificables, entregándose, en cuerpo y alma, a terminar los pendientes que Ramón ha estado tomando de otros departamentos.

Mientras tanto, limita sus visitas a la oficina de Orlando al mínimo, y cuando está con él, hace un esfuerzo consciente por no preguntarle por Emilia; si algo de lo que le dijo Leticia es verdad, entonces tiene que cuidarse de no delatar sus sentimientos hacia la chica del alma vieja, especialmente, delante de sus padres.

A quien no logra evitar, por mucho que se empeñe en ello, es a Toni. Cuando no se la encuentra en la calle, se la encuentra en algún centro comercial, y si decide poner un pie en el club, de vez en cuando, termina coincidiendo con ella, aunque se asegure de ir en un horario distinto al usual. Es casi como si la presencia de esa mujer la estuviera persiguiendo.


El último domingo del mes, Astrid llega al club a las siete de la mañana, pues en lugar de quedar con alguna de sus compañeras del trabajo, ha hecho reservación con una de las entrenadoras, convencida de que así, podrá disfrutar de un poco de deporte sin estar preocupada de encontrarse con Toni nuevamente.

A las nueve, cuando está saliendo de la ducha y está metiendo sus cosas en su bolsa de gimnasio, escucha varias voces entrando a los vestidores. Se apresura a acomodar sus cosas, se echa la bolsa al hombro y sale de ahí, como alma que lleva el diablo.

Atraviesa la cafetería sin poner atención a su camino y está a nada de arrollar a alguien con su paso acelerado.

—¿Y ahora, tú? —pregunta Toni, haciendo malabares con la taza de café que estuvo a punto de derramarse sobre sus ropas—. ¿A dónde con tanta prisa, mujer?

—Discúlpame —pide Astrid, apenada—. Es que tengo que llegar a terminar unos pendientes de trabajo.

—Trabajas demasiado —Toni la toma de la muñeca, sin preguntar, y comienza a conducirla hacia la mesa en la que está su desayuno—. Orlando me dice que Ramón ha estado esclavizándote últimamente. Ven, no te vas a ir a ningún lado sin desayunar.

—Tengo mucha prisa, Toni, de verdad.

—Media hora de relajación no hará la diferencia —responde la mujer—. Además, no puedo dejarte manejar así de distraída como andas. Siéntate.

Astrid deja ir un suspiro, asiente mientras deja su mochila en una de las sillas vacías y se acomoda en la que queda frente a su amiga. Uno de los meseros favoritos de Astrid, se acerca enseguida, es un muchacho de unos veinte años que siempre es extremadamente amable con la clientela. El joven le toma la orden y se marcha.

Los primeros quince o veinte minutos de conversación, Toni y Astrid los pasan hablando mal de varios de los gerentes de la empresa, pero cuando Astrid por fin comienza a bajar la guardia, Toni toma una tangente inesperada.

—Qué lástima que estás tan apresurada, si no te raptaría el resto del día. Tu ayuda me vendría tan bien hoy.

Astrid levanta una ceja, interrogándola con la mirada, pero no dice nada.

—El doce de agosto es el cumpleaños de Emilia, así que voy a ir a comprarle algo, pero no tengo ni idea de qué.

«La última temporada de los Expedientes X en DVD, la discografía completa de David Bowie en cualquier formato, un reproductor de MP3 de última generación, la laptop más moderna que el dinero pueda comprar, o una colección de libros clásicos de ciencia ficción... la saga de Dune, por ejemplo», piensa Astrid, porque todas son ideas que le han estado dando vueltas en la cabeza desde junio, pero no se atreve a pronunciar palabra en voz alta.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora