45. Tu increíble capacidad de destrucción

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Domingo 18 de mayo del 2008

—Cuando terminemos de desayunar, voy a ir un rato a casa de Lucía —anuncia Emilia, alrededor de las nueve y media de la mañana, mientras están devorando las tortas de cochinita que Javier fue a comprar apenas salió el sol, cuando ambas seguían completamente dormidas.

—¿Podemos pegarnos contigo? —Pregunta él, adivinando los pensamientos de Astrid, regresando elegantemente, a su antiguo papel de perfecto alcahuete de su mejor amiga.

—Claro —Emilia la mira con un poco de escepticismo—, pero te advierto que no te quiere ni un poquito. Si crees que mi mamá te odia, espera a conocer la ira de Lucía. No es cosa de juego, ¿eh?

—Tsssss —interrumpe Javier, con tono de burla, antes de darle un gran mordisco a su torta, la cual cruje bajo la presión de sus dientes.

—Es algo a lo que tendré que enfrentarme tarde o temprano si tú y yo vamos a ser amigas, así que...

Al terminar de desayunar, desfilan, uno por uno hacia el baño. Son casi las once de la mañana cuando Astrid toma las llaves de su auto. Javier niega con la cabeza, mostrándole las suyas.

—Nos vamos en el mío, mi reina —él las señala, primero a una y luego a la otra—. Que ya ninguna de ustedes dos está apta para navegar las nuevas avenidas de la ciudad.

—Podrías ponerme en medio de la selva y yo sabría cómo llegar a casa de mi mejor amiga de manera instintiva —asegura Emilia, con un aire de arrogancia que Astrid encuentra todavía muy nuevo, pero que le resulta definitivamente irresistible.

—Ajá —responde Javier, lanzándole sus llaves y haciendo una mueca insolente—. Hasta no ver, no creer, mamacita. Es más, voy a tomarte el tiempo —un pitido de su reloj Casio, indica que el cronómetro ha sido activado.

Cuarenta y ocho minutos, con treinta y siete segundos, y varias vueltas sin sentido más tarde, llegan por fin, a casa de Lucía.

—¿Decías? —Se burla Javier—. Sí sabes que debimos haber llegado en menos de quince minutos, ¿verdad?

—Llegamos, ¿no? —Responde Emilia, riéndose de la situación.

—Pero casi nos llevas a Chetumal para traernos aquí —insiste Javier.

Y aunque Astrid se muere de ganas de intervenir para defender a la emperatriz de Mercurio de las garras venenosas de su mejor amigo, le queda perfectamente claro que la chica de los ojos gélidos no necesita asistencia suya ni de nadie más.

Emilia, que es perfectamente capaz de librar sus propias batallas, se ríe, le pega un golpecito en el brazo a Javier y entonces él la ataca con un beso en la mejilla.

La puerta principal de casa de Lucía se abre, y entonces el esposo de Lucía les invita a pasar al interior.

—Mili, Javi —dice el muchacho, abrazando primero a Emilia y después a Javier con mucho cariño.

—Sergio, te presento a Astrid —se apresura a decir Emilia.

—¡Astrid! —Repite el muchacho, y extiende la mano, intentando sonreír, mientras que su voz delata el miedo que le da su mera presencia—. He escuchado mucho sobre ti.

Javier se ríe histéricamente. Astrid lo mira, incrédula, esa risa era típica de su mejor amigo cuando eran jóvenes y él se ponía extremadamente nervioso en presencia de los padres de cualquier miembro de la banda.

—Están en su casa —asegura Sergio—. Tomen asiento, ahora le digo a Lucía que ya llegaron.

—Esto se va a poner bueno —Javier frota sus manos, una contra la otra.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora