3. Demasiado riesgo para una sola noche

743 59 489
                                    

—¡Astrid! —dice la voz de Ramón detrás de ellas, usando uno de sus tonos más insufribles.

Por primera vez en lo que lleva de conocerlo, Astrid se alegra de que haya llegado para interrumpir esa mirada sostenida que se había estado prolongando por más tiempo del que es saludable.

—Discúlpame un segundo —dice, desviando la mirada, antes de ponerse de pie.

Astrid camina hacia Ramón para interceptarlo, con la intención de evitar que se acerque más y haga algún comentario hostil acerca de su acompañante.

Apenas se para frente a él, éste se suelta con una lista de preguntas sobre conceptos que debería entender y dominar al pie de la letra, pero que nunca se ha preocupado en aprender porque ella está ahí para sacarlo de apuros. Astrid sabe que no tiene a nadie a quien culpar, más que a sí misma, por el monstruo dependiente y necesitado que ha creado.

—¿Regresas a la fiesta? —pregunta Ramón, cuando acaba con su interrogatorio.

Astrid sabe que detrás de esa falsa galantería, va escondida la intención de que lo acompañe durante la presentación, para resolver cualquier otra duda que pueda surgirles a él o a los ejecutivos.

—En un rato más —responde, presintiendo que el lunes comenzará a pagar las consecuencias de todas las respuestas insolentes que le ha dado a Ramón el día de hoy, pero ya se encargará de limpiar ese desastre cuando llegue el momento.

—¿Te pago tan poco que necesitas un segundo turno como niñera? —Se burla él, haciendo uso de ese tono que enciende el coraje del Depredador con una facilidad insuperable.

—No voy a dignificar eso con una respuesta —dice Astrid, dándose la vuelta para regresar a la escalinata en la que la espera la chica del alma vieja.

Al notar que Ramón no se ha movido ni un milímetro, Astrid se detiene, voltea y lo corre con un ademán. Se cruza de brazos y espera a verlo marcharse.

Cuando se sienta una vez más al lado de la jovencita, con la frustración a flor de piel, Astrid comienza a buscar su humectante labial dentro del diminuto bolso plateado. No hay nada que le reseque más los labios, que los corajes que Ramón le ocasiona con tanta frecuencia.

Mientras tanto, la chica de los ojos color marrón comienza a presionar los botones de su Walkman.

—Sí, gracias, señorita —dice, acercándose el diminuto aparato a la oreja, como si fuera un teléfono—. Necesito dos boletos a Mercurio, por favor —hace una pausa—. Lo antes posible, si es tan amable.

Astrid sonríe. Le reclama internamente al universo por enviarle a una persona tan cautivadora en un formato tan imposible. ¿No podía haber encontrado a una chica así de interesante y divertida en alguien más cercano a su edad?

—¿Dos? —Interroga, levantando una ceja, intentando verse amenazadora, pero en lugar de decirle: «¿y a ti quién te invitó?», como estaba planeando hacerlo, se escucha preguntar algo muy distinto—. ¿Eso significa que te vas conmigo?

—¿Planeabas dejarme aquí, a merced de esta gente? —la chica de los ojos color marrón se finge ofendida.

—¡Eso nunca! —responde Astrid, ignorando que todos sus instintos le gritan que no debería permitirle a la chica del alma vieja, acercarse tanto al fuego; ella es un fuego que ha quemado a mucha gente en los últimos doce años.

—No me hagas promesas de ese calibre si vas a romperlas en los próximos diez minutos —La jovencita mira su reloj.

Astrid la imita por instinto y resopla. No tiene ganas de regresar al interior del salón de eventos, mucho menos ahora, que ha encontrado algo que ni siquiera sabía que había estado buscando.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora