12. Cada quien sus gustos

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Astrid abre los ojos y se estira en la cama. Varios sonidos metálicos, provenientes de su cocina, llaman su atención. El olor a desayuno recién preparado provoca que su estómago emita un rugido que no puede ser ignorado.

El teléfono comienza a sonar. Tres minutos más tarde, cuando la llamada acostumbrada de sus papás termina, se pone de pie, sale de la habitación con cierta cautela y se encuentra a Emilia sirviendo dos platos de comida. El comedor está adornado con globos y serpentinas.

Astrid se rasca los ojos, no está segura de estar despierta. Hasta donde puede recordar, nadie nunca le ha preparado el desayuno el día de su cumpleaños.

Suspira, sonríe. Emilia la invita a sentarse. Ella le pide unos minutos y se apresura al baño.

Un poco más tarde, mientras desayunan, platican sobre sus respectivas infancias, y sus primeras experiencias amorosas. Emilia le cuenta que sus padres se tomaron con bastante naturalidad la noticia de que le gustaban las chicas y entonces Astrid le platica sobre la reacción tan desastrosa de los suyos y lo difícil que es su relación con ellos.

Cuando terminan de desayunar, Astrid se lleva los platos a la cocina y después, camina por su sala, en lugar de regresar al comedor.

—¿Qué quieres ver? —pregunta, encendiendo el televisor.

—Tu película favorita de la adolescencia —responde Emilia.

—Dista mucho de ser una obra de arte —advierte Astrid, que no está muy segura de querer ponerle una película que no ha sobrevivido bien al paso del tiempo.

Emilia se encoge de hombros, delatando, sin palabras, que lo que quiere es conocerla más a fondo, entender qué era lo que le gustaba cuando tenía su edad; acercarse más a ella.

—¿Qué te hace pensar que la tengo aquí? —Astrid levanta una ceja, retándola.

La mirada de Emilia dice: «por supuesto que la tienes».

Astrid se ríe, permitiéndose disfrutar del modo en que Emilia ha aprendido a conocerla. Saca la película de entre su colección de casetes en formato VHS, la coloca en el reproductor y le lanza la caja vacía a la chica de los ojos color marrón, para que tenga oportunidad de ir comprendiendo la magnitud del error que acaba de cometer.

—Te vas a arrepentir de lo que pediste —amenaza.

Pide al tiempo que vuelva —Lee Emilia en voz alta—. ¿Clark Kent y la Doctora Quinn? —pregunta, horrorizada, haciendo una mueca tiernísima—. Ya me estoy arrepintiendo desde ahora.

—Lo que Javier nunca te aclaró, es que el terror era mi segundo género favorito —dice Astrid, disfrutando de torturarla un poco—; de adolescente era una romántica sin control.

—Ni modos, yo pedí este castigo —Emilia se persigna, con un poco de torpeza, con la mano equivocada y haciendo muecas de confusión en el proceso.

Astrid toma asiento a su lado en el sofá. Mientras usa el control remoto de la videocasetera para iniciar la reproducción de la película, nota cómo la piel de la chica reacciona a la cercanía relativa de su cuerpo. Entonces piensa que, si alguien colocara una bobina de alambre en medio de ambas, podrían alimentar de energía eléctrica a la ciudad entera.

Cuando la película termina y comienzan a rodar los créditos, Astrid apaga el televisor y la videocasetera. Interroga a Emilia, y no le sorprende que la reseña de la chica deje por los suelos la lógica de la historia que acaban de padecer juntas.

Astrid disfruta escuchando el análisis de Emilia, y aunque finge defender sus gustos de juventud frente a ella, en realidad está de acuerdo con cada palabra suya.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora