43. Una respuesta que no sabía que necesitaba

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Miércoles 9 de enero del 2008

Alrededor de las siete de la noche, cuando sale de la oficina, Astrid sube a su auto y conduce hacia el Dub, un diminuto pero elegante restaurante localizado en la avenida Nader. Se estaciona en una de las callecitas obscuras y vacías que se conectan de manera transversal con la misma. Mira su reloj mientras camina a paso tranquilo hacia el lugar. Está llegando diez minutos más temprano de la hora en la que ha quedado para este encuentro, pero considera que eso le dará tiempo de leer el menú con calma.

Para su sorpresa, su cita de esta noche ya se encuentra en una de las pocas mesas ocupadas del interior del restaurante. Orlando se pone de pie al verla entrar y la recibe con una sonrisa, un abrazo cálido y un beso en la mejilla.

—Y yo que pensé que estaba llegando muy temprano —le confiesa.

—No llevo ni cinco minutos aquí —responde él, con ese tono bonachón que lo caracteriza—. Qué gusto me da verte después de tanto tiempo. Los años no pasan por ti, estás igualita.

—Tú también —asegura ella, mientras toman asiento.

—Claro que no, mira estas canitas de acá —Orlando le muestra una zona de su cabellera, primordialmente negra, en la que se encuentra un mechón de cabello grisáceo—. Esas son culpa del trabajo, y estas de por acá, son culpa de Toni y Emilia.

—Te quedan perfectas —asegura Astrid, intentando controlar la sonrisa que le provoca escuchar el nombre de la chica de los ojos color marrón. Es demasiado pronto para delatarse de ese modo delante de Orlando—. Te dan un aire de sabiduría que va muy bien con el resto de tu aspecto.

—No seas zalamera, que no te queda —Orlando se ríe.

—Bienvenidos, buenas noches —dice un joven alto y delgado que porta el uniforme negro del lugar, con mucha elegancia—. ¿Puedo servirles algo de beber?

Astrid toma la carta de vinos y ordena una copa. Orlando pide lo mismo y una tabla de quesos para compartir. El joven se retira después de decirles que su orden estará lista en unos minutos.

—¿Cómo te trata la competencia? Escuché que pagan muy mal y que explotan a sus empleados —su tono es juguetón.

—Nos explotan, pero por lo menos, el ambiente laboral es un poco más sano y la convivencia con los compañeros es bastante más agradable —Astrid imita su tono.

—Solo falta que me salgas con que son una gran familia o una de esas cosas que hacen las empresas pequeñas para justificar sus carencias —Orlando hace una mueca con la que intenta ser insolente, pero no termina de serlo, porque su naturaleza no se lo permite.

Astrid tiene que tragarse el suspiro de nostalgia que le provoca el gesto entero, al recordarle a la Emilia que conoció hace tantos años y que ya no existe.

—Lo somos, si tomamos en cuenta que todas las familias son disfuncionales. Siempre está el tío incómodo, la tía chismosa, ya sabes como es.

Orlando se ríe.

—Cuéntame más —Orlando se frota las manos, en espera de chisme—. Soy todo oídos.

Durante los siguientes veinte o treinta minutos, Astrid le cuenta de manera muy superficial, y sin darle detalles específicos, algunas de la peores características de la empresa que le hacen querer renunciar dos o tres veces, al día, en promedio.

Le cuenta que ha tenido problemas adaptándose a su nuevo puesto, y que está consciente de no estar dando lo resultados que esperaba de sí misma; también le confiesa que no está segura de haber tomado la mejor decisión al aceptar este trabajo, en lugar de haberse aventado al ruedo a intentar alguno de los otros dos que le habían ofrecido en otras empresas.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora