14. Sácame de aquí

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Noviembre de 1999

El tercer lunes de noviembre, Astrid entra a la oficina del señor Ortiz, alrededor de las diez de la mañana, para tener su entrevista para el puesto de Planeador-Comprador. Una hora y media más tarde, el ejecutivo está tan impresionado con ella, que poco le falta para otorgarle el contrato ahí mismo.

—Te voy a ser muy honesto, Astrid —dice el señor Ortiz mientras la acompaña a la puerta de su oficina—, me quedan varias entrevistas más por realizar, pero dudo mucho que alguno de los candidatos restantes pueda competir con tus cualidades.

—Muchas gracias —responde ella, estrechando su mano antes de marcharse, intentando ocultar la sonrisa de gusto que se quiere dibujar en su rostro.

Las siguientes semanas se le van muy lentamente en la espera de una decisión por parte del señor Ortiz. Mientras tanto, se apresura a terminar cada una de las tareas que Ramón le ha encargado, las cuales, según el acuerdo que habían pactado, debían estar terminadas antes de que ella cambiara de puesto.

Durante la segunda semana de diciembre, Ramón la llama a su oficina.

—¿Cómo vas con los pendientes? —pregunta él, con un tono bastante distante.

—Me faltan dos reportes por terminar. Todo lo demás está listo —asegura ella—. Solo necesito unos días más.

—Excelente —Ramón se aclara la garganta—. Mira, me voy a ir de vacaciones por dos semanas, pero regreso a tiempo para la fiesta de fin de año. Mándame los reportes por correo electrónico, cuando estén listos, y cualquier otra cosa que quede sin resolver, la discutimos en enero.

Astrid asiente, frunciendo el ceño. En el tiempo que lleva trabajando para él, Ramón nunca se ha tomado vacaciones de fin de año. Por otro lado, agradece que se esté yendo, porque eso significa que ella podrá concentrarse plenamente en terminar los reportes faltantes.

La última semana de diciembre, Astrid siente una punzada de nervios en la boca del estómago, cuando el señor Ortiz convoca a toda la gente que se encuentra en esa ala de la oficina, a reunirse por unos minutos en el pasillo principal, porque va a anunciar que ha elegido a una persona para ocupar el puesto de Planeador-Comprador.

El corazón de Astrid se acelera mientras el señor Ortiz les da un corto discurso, asegurando que se encuentra muy emocionado de poder darle el puesto a una persona que, ya de por sí, es miembro de la familia que son en la empresa.

Cuando pronuncia el nombre de David Hernández, un representante de ventas que apenas lleva seis meses laborando en la farmacéutica, Astrid siente que la fuerza de sus rodillas se desvanece. Ella estaba convencida de que el puesto sería suyo.

Astrid respira profundamente, mientras aplaude al unísono con sus compañeros; sonríe y se acerca a felicitar a David.

Después, cuando el resto de la gente ha comenzado a dispersarse, decide regresar a su cubículo. No tiene pendientes, porque se ha encargado de resolverlo todo en las últimas semanas, pero decide abrir su agenda del año entrante, y comenzar a llenarla con visitas a médicos de Cancún y de Mérida.

Lleva, más o menos, media hora en ello, cuando el señor Ortiz hace acto de presencia, apoyando su peso en una esquina de su cubículo.

—Astrid —dice el hombre.

Ella se da vuelta para mirarlo, y le sonríe, como la gran experta que es, en ocultar su desilusión.

—Señor Ortiz —No le salen más palabras.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora