39. ¿Y cómo te va con la alternativa?

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Sábado 13 de noviembre del 2004

La habitación está en penumbras cuando Astrid abre los ojos. Levanta un poco la cabeza para mirar el reloj digital y descubre que son apenas las cinco de la mañana; nada fuera de lo común cuando Frank está de viaje con la delegación de capacitación. Suspira, deja caer la cabeza sobre su almohada y mira fijamente el techo.

Sabe a la perfección lo que sigue ahora, porque es la rutina diaria de sus madrugadas durante los tres o cuatro periodos anuales que Frank pasa lejos de casa. Cierra los ojos y se deja arrastrar hacia sus recuerdos de las tres semanas que pasó en Mérida con Emilia, mientras que su mano derecha se interna entre sus sábanas en busca de su entrepierna.

Después de tocarse pensando en ella y alcanzar el éxtasis, vuelve a quedarse dormida, aferrada a su almohada, hasta que su alarma comienza a sonar a las siete de la mañana.

Entonces se pone de pie, se va a la cocina para poner la cafetera y se mete debajo de la regadera. Mientras el agua tibia se escurre por su cuerpo, ella vuelve a pensar en Emilia, y una vez más, vuelve a buscar la humedad de su intimidad.

Al salir de la ducha, mientras desayuna y se bebe su primer café del día, contempla la lista exhaustiva del material de investigación que su sinodal le ha ayudado a compilar como material de apoyo para la redacción de su tesis. La maestría terminará el próximo mes, pero ella se ha dado a la tarea de elegir el tema y al profesor que será su asesor, así como de comenzar a conseguir los libros de esta lista, desde hace varias semanas.

Sin embargo, hasta ahora, no ha logrado encontrar la mayoría de ellos ni en la enorme biblioteca de la universidad, ni en sitios de Internet, ni en la biblioteca pública; así que ha decidido que este fin de semana lo invertirá en conseguirlos a como de lugar.

Son apenas las nueve de la mañana cuando entra a la librería Barnes & Noble, que es la más grande de Boulder, aunque presiente que esta aventura que comienza aquí, terminará, indiscutiblemente, llevándola a recorrer otras opciones en Denver.

Astrid pasa la siguiente hora en el pasillo dedicado a los libros sobre temas de negocios, pero solamente logra dar con dos de los títulos de su lista. Entonces ve pasar a una chica que lleva el uniforme de la librería y la sigue, hasta que logra alcanzarla para hablar con ella.

Le muestra su lista y le explica para qué los necesita. La joven mira el pedazo de papel, haciendo varias muecas.

—Nunca había escuchado de estos títulos, ni de sus autores —dice, encaminándose hacia una de las cajas, en la que se encuentra una computadora—. Ven, vamos a revisar.

La joven abre el sistema de inventario de la tienda, robando vistazos a la lista, la cual coloca sobre el mostrador.

—Este título solamente tuvo quinientas impresiones —asegura, señalándolo en el papel—. Y no lo tenemos en existencia.

—¿Puedo pedirlo por encargo?

—El problema con estos ejemplares —la joven continúa hablándole sin dejar de teclear—, es que no los tenemos en ninguna de nuestras sucursales, por lo que no podemos pedir que nos los envíen. Y tampoco puedo aceptar hacerte el encargo, porque es muy posible que no los encontremos con nuestros proveedores.

—Entiendo —responde Astrid, sacando su tarjeta de débito para pagar los dos que sí encontró, mientras la chica continúa buscando títulos en su sistema.

—Este sí puedo pedirlo —lo marca con un asterisco en la lista de Astrid—. Lo tienen en una de las sucursales de Boston, pero tardará un par de semanas en llegar.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora