44. Trapeando vilmente las banquetas, embobada y perdida

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Viernes 4 de abril del 2008

Astrid está sentada en una pequeña mesa redonda de un café de la avenida Yaxchilán. Se seca las manos en una servilleta, se acomoda en su silla por enésima vez, coloca un mechón de cabello detrás de su oreja.

Todavía faltan diez minutos para la hora en la que quedó de verse con Emilia, pero hace diez que llegó, porque los nervios no la dejaban estar quieta en su casa.

—¿A dónde me recomiendan llevarla para esta no-cita? —Les había preguntado a sus tres amigos, un par de noches antes.

—Al Pabilo —había propuesto Bernardo enseguida.

Al obtener una mirada escéptica por parte de Astrid, su amigo había continuado.

—Es bonito y pequeño, además, si las cosas se ponen mal, estarán a una calle del Parque de las Palapas y nada es más antirromántico que invitarla a un esquite o a disfrutar de un mango con chile, mientras pasean entre los puestos de los hippies.

—¿Si las cosas se ponen mal?

—Es un decir, no te descompongas, me refería a que a lo mejor y se aburren, o qué tal que te da por declararle tu amor nuevamente. El punto es que, si Emilia llegase a sentir que estás derramando demasiada miel, te la llevas a las empanadas y asunto arreglado.

Astrid había volteado en busca del apoyo de sus amigas.

—Es que ya te advirtió que te pones intensa —intervino Ximena—. Pero pareciera que entra por un oído y te sale por el otro.

Astrid volteó hacia Perla entonces. Y ella se limitó a asentir en silencio.

Mientras su amigo le daba más razones para llevarla ahí, Astrid solamente podía pensar en que, el primer fin de semana que había pasado con Emilia, la había llevado al Parque de las Américas en Mérida, precisamente a comer un esquite.

Ahora que está aquí, descubre que el café ha sido remodelado en los últimos años y su ambiente es un poco más íntimo que antaño. Además, al momento de entrar al lugar, descubrió un póster en el que se anuncia el lanzamiento y lectura de un poemario escrito por un autor local. Para colmo de males, No onede Alicia Keys está sonando en los parlantes.

«No sé ustedes, pero a mí sí me parece una cita», asegura la voz de Fernanda, en su mente, con un tono frío. «A mí también», responden las voces de todos los demás integrantes de la banda. Astrid suspira, se rasca una ceja. La única condición de Emilia para aceptar verse con ella, fue que esta salida no podía, bajo ningún motivo, ser percibida como una cita.

Astrid toma el porta menú vertical de acrílico que se encuentra en el centro de la pequeña mesa y lo coloca en la orilla, porque no quiere que nada estorbe en medio de las dos. Respira con nerviosismo. Se acomoda el cabello. Toma el menú y finge leerlo. Lo deja sobre la mesa. Bebe un trago de agua y levanta el rostro al sentir que la mesera la está mirando fijamente, como lo ha estado haciendo desde que llegó.

La joven ya se ha acercado tres veces para preguntar si está lista para ordenar, y parece no recordar que en cada ocasión, Astrid le ha respondido que está esperando a otra persona. Astrid le sonríe y la chica se obliga a devolver el gesto, aunque no le sale muy bien y termina pareciendo una mueca.

Astrid mira el reloj, todavía faltan ocho larguísimos minutos para que sea la hora en la que quedaron.

Al sentir una presencia junto a la mesa, levanta los ojos, y olvida cómo respirar al ver a Emilia ahí parada, portando una playera negra con estampado del rostro de Lou Reed de joven; unos jeans del mismo color, rotos en varias áreas, y unos Vans color blanco.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora