Agosto del 2008
Las dos últimas semanas de agosto, se van sin que Astrid tenga noticias de Emilia. Mientras tanto, Astrid no se atreve a poner pie en el club de tenis, porque teme topársela y que la chica de los ojos color marrón piense que está intentando imponerle su presencia.
Durante el paso lento y tortuoso de esos días en los que Emilia parece haberse desvanecido de la faz de la Tierra, Astrid se dedica enteramente a su rutina, buscando, sin lograrlo, un momento de no pensar en ella; intentando superar esa mirada triste; intentando decidir si la ira era mejor o peor que la decepción que la ha remplazado.
Por las mañanas, se levanta muy temprano y dedica una hora a su clase de yoga, luego se da un baño y se marcha a la oficina. Por las noches, al salir del trabajo, se va a su clase de escalada en interior. Más tarde llega a casa, se da otro baño y se acuesta, aunque el sueño tarda varias horas en llegar y hay algunas noches en las que simplemente, no llega.
«Te dije que ibas a destruirlo todo nuevamente», reclama la voz de Lucía, con bastante frecuencia en su mente, durante esas noches en las que no logra conciliar el sueño.
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—¿Sigues sin noticias suyas? —Pregunta Ximena, la última noche de agosto, mientras juegan una partida de Call of Duty 4.
Astrid se limita a negar con la cabeza sin dejar de mirar fijamente el televisor.
—¿Y no piensas hacer nada para recuperarla? ¿Vas a pasar el resto de tu vida llorando por ella sin hacer nada más? —La mirada de su amiga es insistente, puede sentirla taladrándole el rostro.
—Tengo que respetar sus límites —Astrid mantiene los ojos al frente—. Si no me quiere en su vida, tengo que aceptarlo.
—Te rindes con demasiada facilidad.
—No estoy rindiéndome, estoy respetando sus deseos.
—Te estás rindiendo.
—A veces eres la peor consejera que existe —Astrid le entrega el control—. Toma, termina la partida.
—¿Lo ves? También con esto te estás rindiendo.
Astrid le hace una mueca mientras se dirige hacia la cocina de su amiga, abre el refrigerador y saca dos cervezas. Luego regresa a la sala, y las coloca sobre sus respectivos portavasos en la mesita de café que tienen frente a ellas.
—Pero ya hablando en serio —dice Ximena, abandonando la partida para volver a mirarla—. ¿No crees que quizás te toca intentar restablecer el contacto con ella?
—¿Qué haces? Vas a arruinar tu clasificación —reclama Astrid.
—Hay cosas más importantes que mis estadísticas de juego —asegura Ximena, apagando el televisor—. Te hice una pregunta.
—Quiero darle tiempo de procesar las cosas —confiesa Astrid—. Si de plano no vuelvo a saber de ella, le voy a pedir que me deje verla una última vez, y voy a despedirme, porque no puedo forzar una amistad que le haga daño. Ya no quiero hacerle más del que le he hecho por años.
Ximena asiente, toma su botella de cerveza y espera a que ella haga lo mismo. Luego la choca ligeramente contra la suya.
—Por saber cuándo dejar ir al amor de tu vida.
Astrid siente un nudo en la garganta antes de beber un trago de su cerveza.
—¿Y tú, por qué sigues dudando tu siguiente movida con Yola?
—No la estoy dudando para nada. Tengo la mirada en el objetivo, pero soy de combustión lenta.
—¿Estás segura de haber encendido la estufa? —Se ríe Astrid.
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Los años son más cortos en Mercurio
ChickLit(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...