Junio de 1998.
Astrid abre los ojos quince minutos antes de que comience a sonar su alarma, como sucede cada vez que pasa gran parte de la noche dándole vueltas a algún pendiente. A ella le encanta creer que su sentido de responsabilidad toma precedencia sobre la necesidad de lograr las ocho horas de sueño recomendadas para el descanso óptimo; quienes la conocen bien, en cambio, saben que es el estrés lo que la apresura por las mañanas.
Algunos rayos de sol se cuelan entre las láminas de su persiana, proyectando siluetas distorsionadas de las hojas de los almendros que flanquean ese lado del edificio, sobre sus paredes blancas y carentes de adornos.
Se estira, se incorpora, posa los pies descalzos sobre el piso fresco. Suspira sin dejar de admirar el espectáculo de siluetas traviesas que juegan en las paredes.
El pendiente del día de hoy es terminar su relación con Mario. Apenas llevan siete meses saliendo, pero la interacción entre ambos se ha tornado en lo más parecido al matrimonio de sus padres, y no hay nada que Astrid tema más en la vida, que convertirse en el reflejo de su madre; con la única excepción de quedarse estancada con alguien que le recuerde a su padre.
Mario es buena persona —eso no está en tela de juicio— pero es extremadamente arraigado a ciertas costumbres que Astrid considera arcaicas a estas alturas de la evolución social; costumbres que ella ha dejado atrás desde que era una adolescente rebelde en busca de igualdad.
Se pone de pie y camina descalza hacia la cocina del diminuto departamento. El modo en que la frescura del piso sube por las plantas de sus pies es uno de esos pequeños placeres que le pintan una sonrisa por las mañanas.
Pone a preparar dos tazas de café: una para acompañar su desayuno y otra para llevarse al trabajo.
Después, se va al baño, dejando la puerta abierta. Se desnuda en un santiamén y se mete bajo la regadera. El agua está fría, pero eso es justo lo que su cuerpo necesita para espabilarse y poner sus pilas a mil por hora. Hoy, en especial, necesita sus energías hasta el tope para enfrentar el día de locos que le espera en la oficina y, posteriormente, la cena con Mario.
Astrid no disfruta romperle el corazón a una persona. No es un escenario que busque ni que provoque de manera intencional, pero sincerándose consigo misma, debe admitir que se encuentra en esta situación cada vez con más frecuencia; y cada vez, sintiendo un poco menos de remordimiento.
Hace una mueca mientras se jabona. Cómo le gustaría que el resto de la gente se tomara una ruptura con menos seriedad; cómo le gustaría que más personas pudieran ver con tanta claridad como ella, que el amor es pasajero, efímero... y que no vale la pena llorar por alguien que ya no quiere compartir su tiempo contigo.
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Sale del baño secándose el cabello con la toalla, mientras que su cuerpo aún está cubierto de gotitas que se van escurriendo con cada paso que da hacia ese espacio de su departamento que funge al mismo tiempo como sala y como comedor, sin realmente ser ni lo uno, ni lo otro. El calor cancunense se encarga de secar su cuerpo en cuestión de unos instantes.
Enciende la radio, la cual está sintonizada permanentemente en la única estación que le parece moderadamente decente: Mix FM. Bitch de Meredith Brooks está sonando. Sube el volumen antes de regresar a la cocina, cantando y bailando.
Astrid sigue bailando mientras se sirve su café y no deja de hacerlo mientras bebe su primer sorbo.
Canta con Meredith, sintiendo cada palabra sobre su piel húmeda y desnuda; especialmente la parte que dice que para mañana ella habrá cambiado y el día de hoy no habrá significado nada.
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Los años son más cortos en Mercurio
Chick-Lit(LGBT+) La vida de Astrid está llena de contrastes: le encanta su trabajo, pero no soporta la idea de sentirse estancada como consecuencia de las trabas que su jefe le pone constantemente; tiene un grupo de amigos a los que considera su verdadera fa...