26. ¿Para siempre?

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22 de enero del 2001

Después de que Emilia se marcha al trabajo, Astrid se da vuelta, y apoya su peso contra la puerta para mirar la extensión entera de su casa, comenzando a entender, por primera vez, la magnitud de la lista de pendientes que tiene necesita resolver antes de mudarse a Monterrey.

Suspira, repasando la lista mentalmente.

—Manos a la obra —dice en voz alta, aplaudiendo una vez, para darse ánimos, antes de que la ansiedad se apodere de su corazón y su mente—. Primero lo primero.

Camina hacia su teléfono y marca el número de Brenda, su hermana mayor. Luego pega el auricular a su oreja mientras camina hacia la cocina. El teléfono timbra cuatro veces antes de que la voz de su hermana le conteste.

¿Qué milagro, tú? —pregunta la mujer, que no pone ni el mínimo empeño en disimular el grado de sospecha que lleva su tono.

En el fondo, se escuchan varias voces y sonidos propios de la cocina. Astrid mira su reloj por instinto, a estas horas, sus tres sobrinos ya deberían estar en clases.

—¿Cómo estás? —pregunta Astrid, mientras abre su refrigerador en busca de ingredientes para prepararse algo de desayunar.

Bien —responde su hermana, sin cambiar su tono inquisitivo—, pero no has respondido a mi pregunta. Nunca me llamas, así que suelta la sopa y dime qué pasa, porque me estás poniendo nerviosa.

Astrid niega con la cabeza, mientras saca los ingredientes necesarios para hacerse unas quesadillas y los coloca sobre la meseta. Este es un ejemplo perfecto de las razones por las cuales, en efecto, nunca le llama: porque Brenda tiene una capacidad increíble para complicar cualquier situación, por sencilla que pueda ser.

—Solamente quería saber si podemos ponernos de acuerdo para coincidir en la semana en casa de mamá —dice, intentando ocultar la frustración resultante de los interrogatorios de su hermana—. Quería saber qué día vas a ir, para llamarle a Rebeca y pedirle que vaya esa misma noche.

¿Te vas a casar? ¿Te ganaste la lotería y quieres darnos herencia en vida? ¿Te diagnosticaron una enfermedad mortal? ¿O a qué viene esta urgencia de vernos? —ni siquiera la posibilidad de que, en verdad pudiese haber sido diagnosticada con una enfermedad mortal, suaviza el tono de su hermana ni un poco.

—Ninguna de las anteriores —asegura Astrid—, pero tengo una noticia que quiero compartir, y preferiría que estuviéramos todos.

Dime qué es —exige Brenda.

En el fondo se escucha la voz de Tatiana, la menor de los tres hijos de Brenda, reclamándole a Gabriel, el mediano, por la desaparición repentina de una de las piezas del traje que usará en el evento de su escuela. Por instinto, Astrid mira su calendario, comprobando que es muy pronto para el carnaval. Entonces recuerda que sus sobrinos van a una escuela privada y que a veces sus eventos son muy distintos a los del resto de los mortales.

Gabriel le hace burla a su hermana menor, respondiendo que no sabe de qué habla. La voz de Brenda suena lejana, como cuando uno aparta el teléfono, pero el grito que les pega es claro y severo:

Gabriel, te advertí que le devolvieras sus cosas a tu hermanita. Encuentra el mentado cinturón y devuélveselo.

Cuando la voz de Brenda regresa, ella le insiste, con el mismo tono que usó para sus hijos, en que le diga su noticia.

—Quiero decirles a todos al mismo tiempo —insiste Astrid.

No seas payasa, ya dime. Sabes que detesto que me cuenten algo a medias y me dejen con la duda.

Los años son más cortos en MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora