Evan, un joven de 28 años, se enfrenta a la complejidad de su existencia marcada por un trastorno disociativo de identidad. Conocido por sus dos identidades, Evan y Kai, su vida toma un giro inesperado cuando su padre le impone una condición: somete...
La penumbra de la sala de autopsias, bañada por una luz azulada y gélida, se cernía sobre las superficies metálicas, creando un reflejo etéreo. Jessica y Bell, dos siluetas unidas por el luto, permanecían erguidas, una al lado de la otra, frente a la mesa de autopsias que sostenía el cuerpo inerte de su progenitora, aún oculto bajo la mortaja.
Jessica, con una mirada que traspasaba el velo de la realidad, se volvió hacia Bell. —¿Estás segura de esto, verdad? — su voz era un susurro cargado de incertidumbre.
— Sí. —Bell respondió, su voz no era más que un eco de firmeza.
Jessica anotó su nombre en los documentos y Bell le dijo: — No debe aparecer mi nombre.
La mujer accedió. — Bien, empecemos.
Con manos temblorosas pero decididas, Jessica descorrió la mortaja, revelando la palidez mortal que yacía debajo. La autopsia comenzó en un silencio sepulcral, solo interrumpido por el sonido metálico de los instrumentos y el ocasional murmullo de instrucciones. Mientras Jessica realizaba cada incisión, Bell observaba, su rostro una máscara de serenidad forzada.
...
Mientras tanto, en la entrada del hospital, Evan y Blair se disponían a marchar hacia su auto, cuando vieron la figura solitaria de Oliver.
Su presencia era un enigma, al igual que la de Bell. Lo único que pensó es que Bell sería internada de nuevo. —¿Qué haces aquí, Oliver? —preguntó Evan, la curiosidad estaba marcada en su rostro.
Oliver, con una mirada hacia las personas que salían del hospital, dijo: — Tienen un cigarro?
Evan, sin dudarlo, le extendió uno, y mientras el humo se elevaba en espirales hacia el cielo, Oliver confesó con voz ronca: — No puedo decirlo.
— Debe ser algo del matrimonio, mejor vamos a casa — Blair restó importancia al asunto, pero Evan, impulsado por una intuición inquietante, insistió: — Dime qué sucede.
La lealtad hacia Bell era más fuerte que su enfado, no podía decirlo, Pero sabia que si le decía a Evan, no importaría, Bell confiaba en él.
Se alejó de Blair, llevando a Evan a un rincón más privado, y allí, con un peso en el alma, reveló la cruda verdad: — La madre de Bell falleció hace unas horas. Me llamaron porque ella no contestaba, supongo que estaba ocupada con el viejo fui hasta el hogar y ya la habían sacado de la habitación, habían limpiado todo y sus cosas ya no estaban. Cuando Bell llegó, la acompañé hasta aquí con el cuerpo de su madre.
Evan sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor. La noticia era un golpe devastador, esto podía causar una crisis en Bell. — Y dónde está ahora?
Oliver dio la última bocanada al cigarro antes de apagarlo. — Bell debe estar haciendo la autopsia.
Evan aún más preocupado y desconcertado preguntó. — Está haciendo la autopsia a su propia madre?
Oliver asintió. — Sí... Te pido que no le digas a nadie sobre esto, ni siquiera a tu esposa.
...
Bell y Jessica estaban en lo suyo, mientras esperaban los resultados de los exámenes de ADN. La tensión en la sala era palpable, cada segundo se estiraba como una eternidad. Finalmente, Jessica se levantó, sus ojos reflejaban una determinación acerada.
— Voy por los resultados —anunció, y sin esperar respuesta, se dirigió hacia el laboratorio.
El pasillo parecía interminable, cada paso resonaba con el eco de sus propios pensamientos. Al llegar, tomó el sobre con manos que apenas disimulaban su ansiedad. Rompió el sello y extrajo los papeles, su mirada recorriendo rápidamente las líneas impresas.
— Confirmado —susurró para sí misma — Los niveles de potasio estaban peligrosamente altos —murmuró Jessica, marcando sus hallazgos en la hoja de registro—. Esto podría explicar el paro cardíaco.
Con el informe en mano, regresó a la sala de autopsias, donde Bell la esperaba. La mirada de Jessica contenía un mar de emociones, pero predominaba una: la certeza de que estaban a punto de descubrir la verdad. — Bell, tu madre murió por hiperpotasemia. Nada más.
La joven asintió, mientras acariciaba el pálido rostro de su madre. — Si, supongo que fue algo natural.
...
...
En un lugar apartado, Nick sostenía su teléfono con una mano temblorosa. Marcó el número de Tony y esperó a que contestara.
— Tony, soy yo, Nick —su voz era un hilo de urgencia.
Tony, al otro lado de la línea, interrumpió su reunión con un gesto de la mano. —¿Qué sucede? —preguntó, su tono era serio, presintiendo la gravedad del asunto.
— Ha fallecido —las palabras de Nick cayeron como una losa.
Tony cerró los ojos por un momento, dejando que la noticia se asentara. Luego, sin una palabra más, se levantó y salió de la sala de conferencias, ignorando las miradas interrogantes de sus colegas.
...
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Al llegar al hospital, Tony encontró a Bell sentada en un banco del pasillo, su figura encogida, la mirada perdida en el suelo. Se acercó con pasos cautelosos y se sentó a su lado, respetando el silencio que la envolvía.
— Bell... —la voz de Tony se quebró, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
Bell levantó la vista hacia él, sus ojos eran dos pozos de dolor insondable. Tony la rodeó con sus brazos, intentando ser el refugio en medio de la tormenta de emociones que la asolaba.
— No es justo, Tony —susurró Bell, su voz un hilo frágil en el aire cargado del pasillo.
Tony asintió, sintiendo el peso del mundo en su pecho. — Lo sé, lo sé... —su voz era un murmullo, una promesa de estar allí para ella.
Bell se apartó un poco, su rostro mostraba una mezcla de tristeza y resignación. — Estoy triste porque ya no la veré más... Pero sé que está en paz.
Tony la observó, notando la serenidad que comenzaba a brillar en su mirada. — Bell, quizás fue lo mejor.
Bell se aferró a Tony en un abrazo, pero su expresión cambió al recordar el pequeño orificio en el cuello de su madre, que solo ella notó. Era la marca de una aguja, la evidencia de que alguien le había inyectado potasio. Alguien había asesinado a su madre, y en su corazón, Bell sabía que no podía ser otro que Tony, Nick o Gustab.
La venganza se anidó en su alma, no solo por las heridas de su infancia sino por la muerte de su madre.
Bell se levantó, su figura ahora erguida, una silueta de determinación contra la luz tenue del pasillo. Tony la siguió con la mirada, sin saber que el camino que ella eligiera tomar cambiaría sus vidas para siempre.
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