PRÓLOGO

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Desde que Lucy vio cómo el hombre quitaba las maderas que cubrían la ventana del torreón, deseó echar un vistazo desde allí. Había oído que el gran ventanal estaba a unos quince metros del suelo. Sin duda era el lugar más guay de la mansión. Pero una semana atrás, cuando llegó con su madre a Winterlander, y se enfrentó a la casa por primera vez, le pareció un lugar horrible, el peor sitio al que su madre había tenido que ir a limpiar. Ese día, Lucy solo entró para comer y se alegró de que el señor Castle arreglara las cosas para no tener que dormir allí.

Al tercer día, su madre había ido a limpiar el torreón y Lucy estuvo a punto de presentarse con cualquier excusa, pero le interesó más curiosear lo que pasaba frente a la mansión. El señor Castle daba indicaciones al guardaespaldas, el señor Lamarc, sobre la mejor forma de quitar la mampara. «Pero... son sólo maderas», pensó Lucy. Sin embargo, Castle insistía en que había que proceder con sumo cuidado. La nerviosa actitud del señor Castle, disparó la imaginación de Lucy saturada de historias de tesoros escondidos: «Quizá las maderas son cómo los sarcófagos de los faraones con tesoros dentro y...». Una tabla cayó muy cerca de la niña cortando sus pensamientos, y el guardaespaldas le gritó que se protegiera dentro de la casa.

Más tarde su madre le prohibió subir al torreón, pero subió de todos modos. Al fin y al cabo, nadie se ocupaba de ella. Su mamá se pasaba horas limpiando, el señor Eduard Castle estaba enfermo y apenas salía de su cuarto; en cuanto al guardaespaldas, se limitaba a comprobar que todas las ventanas estuvieran bien cerradas y desaparecía.

La primera vez que subió al torreón memorizó cómo estaban colocados los muebles para dejarlo todo igual. No quería dar problemas a su madre. Usó la silla para colocar su tablet y se sentó en el reposapiés. Ese día solo vio los aburridos dibujos que traía de casa: «El Coyote y el Correcaminos». De repente, el señor Castle salió de una puerta que parecía una ventana, y Lucy se cogió las manos y miró al suelo preparándose para afrontar cualquier cosa. Pero el señor Castle le sonreía, parecía contento de haberla encontrado allí, y Lucy vio una oportunidad. Sonrió y le dijo al señor Castle que estaba aburrida.

—Pero tienes una tablet, puedes ver vídeos y jugar a lo que quieras —dijo Castle.

—Es una tablet para niños... y ya lo he visto todo —dijo Lucy.

—Así que ya eres mayor... está bien —dijo Castle y más tarde le trajo una tablet para adultos —. Pero sólo la podrás usar mientras estés aquí.

La tablet del señor Castle era de esas que se podía hablar con ella, así que le preguntó si tenía películas para niños. Pero sólo encontró películas muy antiguas, de mucho antes del apagón de Internet. La selección consistía en películas de risa en blanco y negro, pero a Lucy no le importó porque nunca se había reído tanto. Pronto empezó a pasarlas rápido, y sólo se paraba para ver algún trozo interesante.

Al final sólo quedaron películas para adultos que Lucy juzgó cómo raras y tristes. Entonces empezó a buscar por sí misma entre las carpetas y encontró la foto de una niña que le daba una flor a un señor muy grande al que le costaba hablar. Leyó la sinopsis y descubrió que el señor grande asustaba a la gente y le llamaban monstruo. Pero Lucy no se asustaba con facilidad. Estaba sola la mayor parte del día y sabía cuidarse. Además, el monstruo no podía ser tan malo si una niña podía acercarse a darle una flor. Avanzó la película para ver justo esa escena, y en cuanto vio que el monstruo sonreía al ver la flor, se dio por satisfecha. Pero al día siguiente sintió curiosidad por ver cómo acaba la historia y fue directa al final. Se entristeció al comprobar que al señor monstruo le iba tan mal como al pobre Coyote de los dibujos animados.

Un día el señor Castle se acercó a la ventana y pasó la mano por el cristal. Era un gesto raro, pero se le veía muy enfermo. En cierto sentido, el señor Castle le recordó al monstruo de la película. De hecho, quizá era el hombre más enorme que Lucy había visto nunca, pero junto a la ventana, se le veía pequeño y triste. Lucy entendió que debía dejarlo solo. Más tarde su madre le dijo que la salud del señor Castle había empeorado y que se marcharían pronto.

El último día, Lucy también estaba triste. Le hubiera gustado pasar más tiempo en el torreón y disfrutar de la tablet. Se acercó al ventanal y recordando el extraño gesto de Castle, tocó la ventana. No era nada especial, era un vidrio. Lucy empezó a crear vaho para dibujar formas en el cristal. Hizo monigotes y un corazón, aunque pensaba que eso del amor era un rollo, le gustaba dibujar su forma. Después, empezó a hacer muecas y poner caras grotescas para animarse un poco.

De repente todo lo que había dibujado desapreció, y Lucy extrañada acercó la cara buscando sus dibujos. Pero se quedó congelada cuando vio aparecer vaho y luego todos sus dibujos en la misma secuencia en que los había hecho... y además una imitación de su cara haciendo muecas... Lucy sabía que un cristal no era un espejo, y señaló al ventanal gritando:
«¡El reflejo! ¡El reflejo!»

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