34. Confrontaciones y verdades ocultas.

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Alessandra.

El día completo pasó y no pude ver a mi padre. Le informaron todo lo que había pasado, pero no sabía cómo lo había tomado. Los médicos dijeron que era mejor dejarlo descansar, que mañana ya estaría más estable y que podría hablar más tranquilo.

Estaba acostada en mi cama con mi libro en mano, hace mucho que no leía para distraerme, pero en cuanto levanté la vista me di cuenta que hoy tampoco podría leer.

—Tan temprano en la cama —dijo acercándose a mí.

—Me duelen las piernas —contesté y una sonrisa traviesa apareció en su rostro.

—¿Fui muy rudo anoche? —Se sentó a mi lado.

—Yo creo que sí.

—No pude evitarlo —pegó sus labios a los míos—. Y nuevamente tengo hambre de ti.

Tomó mi boca con posesión, me apartó el libro y se subió sobre mí.

—No uses tus vestidos bonitos para dormir, quizá termine rompiéndolos todos.

—Puedo comprar más.

Se apartó y comenzó a desvestirse. Se subió a la cama, tomó mis piernas y me giró hacia el centro, dejándome boca abajo.

Se acomodó sobre la parte trasera de mis muslos y comenzó a besar mi espalda. La sensación era placentera, y no pude contener mis gemidos. Sentí sus manos sobre mi vestido y lo partió a mitad, dejando mi cuerpo desnudo.

—Oye —reclamé con sorpresa.

—Anoche fui gentil —se recostó sobre mí, puso mi cabello de un lado y besó el lado expuesto de mi cuello— porque era tu primera vez —continuó hablando mientras dejaba un rastro de besos—. Quería que tuvieras un recuerdo medianamente agradable —abrió mis piernas y se puso entre ellas—, pero hoy —su voz se hacía más profunda y sentía su erección en mi zona— no seré tan considerado.

Solté quejidos cuando se enfundó completo en mi interior. Comenzó a mover sus caderas y con un brazo me mantuvo presionada contra la cama.

—Henry —jadeé—. Más lento ¡Agh!

Estiré mis brazos hacia atrás, los puse en sus caderas e intenté apartarlo.

—No, pequeña —tomó mis brazos y los inmovilizó en mi espalda baja—. Quiero que hoy me sientas por completo, quiero que cuando te sientes mañana, me recuerdes.

Sus embestidas se hicieron más fuertes. Mordí una de las almohadas para evitar gritar. Se mantuvo sobre mí por varios minutos sin bajar el ritmo. Su movimiento se hizo más intenso, más rápido y lo escuché gruñir al mismo tiempo que un líquido tibio inundó mi interior.

Dejó caer su cuerpo sobre mí, soltó mis manos y volteó mi cabeza. Sus labios impactaron sobre los míos.

Me giré debajo de él para quedar de frente y comenzó a besar mi pecho.

—Oye —sostuve su cara entre mis manos—. Nada más de marcas visibles.

—Cómo ordenes —sus ojos estaban fijos en los míos.

Solté su rostro y siguió besándome. Sus labios pasaron rápidamente por mis senos y bajó hasta mi abdomen. Mordió suavemente cerca de mis costillas y continuo su viaje por mi cuerpo.

Besó mi vientre y luego jugó con su lengua recorriendo toda mi zona pélvica. Dio pequeñas mordidas en mis caderas, piernas y muslos. Sus manos subieron hasta mis pechos y apretó mis botones suavemente. Volvió a subir hasta que llegó a mi oído y susurró con voz gruesa:

La joya de la corona (BORRADOR FINALIZADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora