53. Solo los dos.

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Robert.

Ella no me dejó subir a su carruaje, prefirió ir con su escolta. Yo creo que es porque sabía lo que pasaría si estábamos solos.

¡Ay princesita! Tu dulzura me fascina.

El carruaje comenzó a andar y la seguí de cerca junto a mis hombres. Ellos son los más leales a mí, y, aunque me encontraran durmiendo con ella, jamás se lo dirían a Henry, eso me daba una enorme ventaja.

Mi primo jugó bien sus cartas, la alejó de Cavel y de mí, le dio regalos y detalles que a ella le gustan e hizo su mundo girar con ella en el centro, pero eso no era suficiente, ella siempre ha tenido atención, necesitaba a alguien que la desafiara y la llevara a sus límites, y para eso estaba yo.

El carruaje se detuvo y me bajé de mi caballo para ayudarla. Al abrir la puerta me topé con sus ojos violeta cada vez más claros, pero aún mantenían esa sutil diferencia de color. Sus labios que medio dibujaron una sonrisa.

Solo tratas de ocultar que estás feliz de verme.

Bajó y me quedé junto a ella, las personas se comenzaron a juntar a cada lado, todos estaban feliz de que la princesa los visitara.

—Princesa, que gusto verla nuevamente.

—Que los Dioses bendigan a la princesa.

—Larga vida a la princesa.

Todos se acercaban a ella, era casi imposible entender todo lo que decía.

—Gracias a todos por sus palabras —tenía una gran sonrisa—, pero debo llegar al orfanato.

Le hice una mueca a mis hombres y se pusieron alrededor de ella.

—No empujen a la gente, aquí hay niños. —Ella tomó el hombro uno de mis hombres—. Yo puedo caminar hasta allá.

Por el susto a los caballeros dorado, varias personas se apartaron y habilitaron un paso para llegar hasta el orfanato.

Me acerqué a ella y caminé a su lado, no quería perderla de vista ni un segundo.

—¡Hugh! —llamé a uno de mis hombres—. Ve primero y anuncia a la princesa.

Ella rodó los ojos ante mi orden, pero no dijo nada, solo esperó a que la dejaran pasar.

Vestía con ropa simple, nada estrafalario, al igual que cuando la conocí, era la esencia de Emilia, esto era lo que ella quería hacer; ayudar, no estar encerrada en un castillo decidiendo que cortinas se verían mejor.

—Señorita —dos jóvenes le abrazaron las piernas—. Qué bueno verla.

—¿Cómo están? —ella se agachó para quedar a su altura y acarició sus rostros.

—Bien, ya hemos aprendido bien el idioma.

—Me alegra mucho eso.

—¿No son de aquí? —interrumpí acercándome a ella.

—Ellos son del continente dorado, de un reino vecino de Teima, pero con las mismas malas costumbres.

—Somos de Darzo —dijo el niño más pequeño.

—La señorita nos salvó y nos trajo aquí —agregó el mayor.

—¿Si? —la observé y ella se sonrojó.

—Ella asistió a un baile allá hace un año y yo derramé vino en su vestido. Fue un accidente, pero me iban a castigar por eso, y la señorita me salvó —dijo el mayor con una sonrisa y sus ojos fijos en ella.

La joya de la corona (BORRADOR FINALIZADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora