Dos rivales que se odian y se desean con la misma intensidad.
Un hombre que solo piensa en sí mismo.
Un hombre con un oscuro secreto.
Un acuerdo, un chantaje, un juego de pasión y deseo incontrolable.
Un juego que ninguno de los dos está dispues...
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—¿Qué carajo es lo que acabamos de presenciar?
—Bueno—Eric acarició el pezón derecho de Felipe sobre la fina tela de la camisa mientras estaba en su regazo—, creo que vimos al tenista número uno y dos del mundo dar un espectáculo de sexo bestial.
—¿Sexo bestial? Es una terminología interesante.
Felipe y Eric dirigieron su vista hacia el hombre de traje gris cobalto y corbata celeste con el impresionante joven vestido de blanco en su regazo.
Parecían sacados de una película de alto voltaje. El hombre rubio llevaba un antifaz celeste que combinaba con sus ojos y su corbata. El muchacho tenía el cabello suelto. Rizos entre castaños y dorados caían hasta la altura de sus hombros. Era un muñeco de porcelana. Ejercían una atracción hipnótica. Felipe se sostuvo de la camisa de su esposo. Eric le sonrió y bebió un sorbo del martini que tenía en la mano y compartía con Felipe.
—¿Cómo le llamarías a esa escena? —indagó curioso Eric.
El hombre tenía un vaso de whisky en su mano derecha, la izquierda descansaba en la cadera de su joven amante que le besaba el cuello.
Estaban en el mismo sofá circular color borravino. Eric y Felipe en el extremo opuesto. Sobre sus cabezas colgaba una araña de caireles que daba una suave iluminación.
—Le llamaría «Dominador cazado».
Los cuatro hombres rieron.
—¿No se trata de eso la dominación? —preguntó Eric. La intriga lo estaba devorando.
—El público nunca debe percatarse de ello—explicó—, aunque sea el sumiso quien lo tiene a su merced.
— Es decir que para ti esta ha sido una pésima función.
—Sin duda fue interesante el cambio de perspectiva.
Eric estrechó los ojos. Ese hombre le resultaba familiar, pero ¿de dónde? El acento era británico. Claro, limpio, perfecto. Era un miembro de la realeza o alguien con mucha clase. La seguridad calma que transmitía. Poderoso y estable. Obnubilaba a cualquiera. Lo sabía porque él y Felipe estaban a punto de babear. El sumiso era la perfección absoluta, como si estuviera hecho para él. La forma en que lo dominaba, con un gesto o una mirada.
—¿Es su primera vez aquí? —preguntó el hombre. Eric arqueó una ceja divertido.
—¿Tanto se nota?
—Más o menos.
El hombre les sonrió y abandonó la calidez de la espalda de su amante para rodearlo con sus brazos. Los ojos de Eric estuvieron a punto de desorbitarse cuando el anillo en el dedo anular derecho le develó la identidad de ese hombre frente a él.
«Poder y sofisticación».
Esos eran los sinónimos que rodeaban al clan de asesinos más poderoso de Europa.
