Dos rivales que se odian y se desean con la misma intensidad.
Un hombre que solo piensa en sí mismo.
Un hombre con un oscuro secreto.
Un acuerdo, un chantaje, un juego de pasión y deseo incontrolable.
Un juego que ninguno de los dos está dispues...
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—¿Qué es este lugar?
Emmanuel abrió la puerta de la minúscula cabaña a las afueras de Moscú.
—Pasa—ordenó—. Hace frío.
Ander tragó saliva y se mantuvo estático en el porche de madera. Emmanuel lo asió de la mano y lo obligó a avanzar. Una vez que ingresó, la puerta se cerró tras de sí. Ander era un desastre. Sus ojos estaban enrojecidos, y todavía había en su cuerpo resabios del ataque de pánico sufrido en la fiesta de su padre. El celular sonó una y otra vez. Felipe, su padre, su madre, Carlos incluso. Todos querían saber dónde estaba. .
—Apaga eso. —Emmanuel se lo quitó y fue él mismo quien realizó la acción—. No te van a dejar en paz.
—Se preocupan—replicó Ander—. He dejado la fiesta sin explicación. Resulta obvio que se harán preguntas.
—¿Tienes ganas de regresar entonces?
—Yo no he dicho eso. —Ander levantó la voz—. Te estoy mostrando su punto de vista, y estoy seguro, de que también hablarán de ti.
La cabaña era una construcción híbrida de madera y piedra, emanaba calidez en cada lugar. Las luces de las lámparas colgantes eran tenues. Había una mesa y sillas de aspecto rústico, a un costado un aparador con algunos vasos y platos. La mesada era de estilo campestre como todo el mobiliario de la cabaña. El sitio estaba limpio, pero demasiado ordenado para que alguien hubiera estado pasando muchas horas allí. Un par de escalones dividían el espacio de la cocina y el comedor con el de la reducida sala donde había tres sillones de cuero marrón, una mesa ratona y una alfombra de piel del mismo tono en el piso. Una chimenea con leños listos para encender lo invitaba a darle calor a ese lugar. Las cortinas de tela blanca cubrían las ventanas de la cocina y la sala para alejar cualquier mirada curiosa que pudiera notar movimiento en el interior del lugar. Ander visualizó una puerta de madera con un dibujo de un caballo tallado de manera artesanal sobre él, supuso que esa era la habitación.
Ander siguió a Emmanuel hasta la sala, agarró una caja de fósforos que estaba sobre la estructura de madera de la chimenea y la encendió. Ander dio pasos hacia el sofá más cercano al fuego y se acurrucó. Su cuerpo estaba helado.
Emmanuel estaba de cuclillas y puso sus manos cerca para calentarlas una vez que el fuego creció. Ander percibió que sus mejillas comenzaban a acalorarse, y el motivo no era la calidez del ambiente. Observó a Emmanuel quien estaba concentrado en las llamas de la chimenea.
—Te debe parecer muy gracioso—dijo avergonzado—.Ahora tendrás material para burlarte de mí de aquí a la eternidad.
—Tengo suficiente para mofarme de ti—replicó Emmanuel—. No necesito hablar de tu ataque de pánico para hacerlo.
—No fue un ataque de pánico. —Ander se defendió.
—Por supuesto. —Emmanuel contuvo el sarcasmo—. Mira, si no quieres decir qué te pasa, está bien, pero no me vengas con mentiras que yo de eso ya tengo la cabeza llena.