—¿Qué carajo sería el BDSM?
—Pensé que ya sabías lo que era considerando todas tus advertencias.
Felipe enarcó una ceja con suspicacia.
—Pues, porque eres tonto y dejas que te zurren y eso no me parece lindo ni placentero.
—Es sumisión y dominación, pero también control y consenso, así que, tranquilo. Nadie me obliga a hacer nada que no quiera.
—¿Ni siquiera cuando sangras?
—El Dom me da lo que necesito y sí, a veces, es dolor intenso.
Andrés recordó la conversación con Felipe y su cara de estupor. Cielos, ¡era tan graciosa!
El BDSM tenía mucho de tabú y misterio. Nadie hablaba sobre ello, pero se sentían atraídos a conocer su belleza. Decir que el BDSM era bello a muchos les retorcería el estómago como era el caso de Felipe, pero Ander no dudaba un momento en afirmarlo.
Era un arte. La entrega, la capacidad de conectar con otro ser a un nivel inimaginable. Todo lo que ocurría sobre ese escenario, Ander lo disfrutaba.
Era dejar de ser el dios de papel que los mortales adoraban y convertirse en un servidor, en un esclavo incluso. Le mostraba su verdadera naturaleza y desafiaba sus límites. Cada sesión, cada golpe. En cada mirada de su dominante que, sin importar su nombre o condición social, en ese momento, se convertía en su fuente de devoción, manejando con maestría el placer y el tormento.
El telón de terciopelo púrpura en el escenario reducido se abrió. Ander apareció en escena mientras la música sensual transportaba a cada persona allí a una atmósfera única en donde sus verdaderas personalidades emergían.
Las rodillas dolían en la madera que crujía bajo su cuerpo. Ander se sentó sobre sus talones y relajó su cuerpo desnudo como el día en que vino al mundo. La piel había sido maquillada en un agradable tono dorado con el fin de cubrir algunos cardenales violáceos que se resistían a desaparecer todavía. Vestigios de la última sesión en ese mismo lugar con algún dominante de turno. Ander estaba vendado, una cinta de raso roja atravesaba su rostro a la altura de sus hermosos ojos grises. Los murmullos alrededor le mostraron que la sala de Hypnos estaba llena.
Las reglas se pactaban días antes de la sesión. Cada uno conocía los límites del otro y las palabras de seguridad. La creatividad del Dom estaba supeditada al consenso con el sumiso. El BDSM trata de ceder el control, pero también, de una práctica donde ambos están de acuerdo.
Radil fue claro desde el momento en que Ander llegó a ese sitio, con esos hermosos ojos detrás de una máscara, atentos a cada detalle. Ander sabía que lo de él no era ser uno más. Nunca lo había sido, por lo cual, no se conformaría con tener solo un Dom o restringir la práctica a un espacio privado como hacía la mayor parte de las personas que se aventuraban a ese espacio.
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Match point - Bilogía Match point Libro 2 (+18)
RomanceDos rivales que se odian y se desean con la misma intensidad. Un hombre que solo piensa en sí mismo. Un hombre con un oscuro secreto. Un acuerdo, un chantaje, un juego de pasión y deseo incontrolable. Un juego que ninguno de los dos está dispues...