43 Locura💖🔥

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«A mí nadie me dice cómo follar lo que me pertenece, así que, vas a escurrir mi semen, ¿de acuerdo?»

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«A mí nadie me dice cómo follar lo que me pertenece, así que, vas a escurrir mi semen, ¿de acuerdo?».

Cada célula del cuerpo de Ander vibró cuando escuchó la cremallera abrirse. El plug abandonó su cuerpo y quedó en el piso. El lubricante frío resbaló sobre sus nalgas, dos dedos hábiles ingresaron a su cuerpo para humedecerlo aún más. El trozo de carne ancho se apoyó sobre su entrada y empujó.

El grito de placer hizo que el público se estremeciera. Las lágrimas brotaron de sus ojos ante la fuerza y la intensidad. Sus brazos cansados dolían. Tironeó una vez más las cadenas inflexibles. Emmanuel apoyó sus dedos en las caderas y lo folló como jamás lo hizo. Sus estocadas animales, con una potencia tal que Ander pensó que su dom se enterraría en él hasta con sus testículos. Lo deseaba de una manera visceral.

Ander gimió con su vista hacia el público mientras el hombre detrás de él lo empotraba con avidez y lujuria. Una mano abandonó la cadera para presionar sobre la pinza del pezón izquierdo. Ander impulsó su pelvis hacia atrás. Ansiaba más profundidad. Una, dos, tres estocadas más y Emmanuel salió de su interior.

—¡No! —Ander se inclinó hacia atrás en busca de ese pene que lo estaba llevando al cielo. Emmanuel lo rodeo y lo giró hacia él.

—¿Quieres esto? —preguntó con el pene en sus manos. Ander lo observó con desesperación y asintió—Pues, vas a follarte con él. Sujeta las cadenas y móntame. Es una maldita orden.

Los brazos carecían de la energía necesaria, pero no iba a amedrentarse. Ander dio un salto y enredó sus piernas en la cintura de su dominante. El hombre sonrió y acarició con su erección la entrada necesitada hasta enterrarla en el cuerpo caliente. El sumiso se impulsó ayudado con las cadenas, rogando que la columna de madera no cediera y saltó sobre la pelvis de su dom quien le quitó la pinza del pezón derecho, lo succionó y estiró. El aullido de placer retumbó en cada rincón, al tiempo que Ander saltaba sobre las caderas de su amante como un poseso. Su amante lo estrechó de la cintura y su boca salpicó besos húmedos y chupetones por cada rincón de su torso y cuello.

Era un deportista profesional, no debería haberse sentido cansado, pero llegado un momento, Ander apenas tenía fuerzas para rebotar sobre ese pene que continuaba duro del mismo modo que el suyo.

—¿Estás cansado? —preguntó a modo de burla Emmanuel y Ander asintió—¿Crees que has sido castigado lo suficiente?

—Sí, maestro. —Sus caderas ardían más que su entrada. El dom levantó las manos y aflojó las cadenas. Ander se abrazó al cuerpo firme de su dueño para no caer como una bolsa de carne sobre el suelo.

Emmanuel le dio dos nuevas nalgadas, una de cada lado y lo llevó hasta la cama de la cual caían sábanas de satén rojo. Ander cerró los ojos cuando su cuerpo extenuado y bañado en sudor tocó la estructura mullida. El dom se deleitó con su piel semejante a un jardín de marcas violáceas, verdosas y rojizas, mordidas y líquido preseminal que mojaba sus abdominales duros.

El dom agarró su verga en su mano derecha, llevó las piernas de Ander sobre sus hombros e ingresó de nuevo en él. El paisaje cautivante de la penetración estaba en primer plano hacia la audiencia. Emmanuel jamás esperó protagonizar una película de tintes pornográficos, pero después de lo vivido en el estudio de Natalia Simonetti, esto solo era subir un peldaño más.

Los brazos de Ander estaban extendidos sobre la amplia cama, sus manos apretaron las sábanas entretanto las estocadas aumentaron en fuerza y velocidad. Su cuerpo hervía. Emmanuel lo dobló en dos y folló su próstata hasta que sus labios solo emitieron sollozos de placer. Era un amante incomparable, lo supo desde el primer segundo, cuando sus labios chocaron en un beso profano y prohibido.

¿Prohibido? No había nada de prohibido en aquello que tenían. Sí, se habían equivocado, pero estaba claro que se amaban y que sus cuerpos se atraían como un imán. La esencia de Ander bañó los abdominales de ambos. Los espasmos de placer provocaron un temblor en sus caderas. La humedad aumentó la fricción entre sus cuerpos al tiempo que el dom se esmeró en su empuje sin descanso.

—Te quiero desnudo. —Ander tironeó de la molesta chaqueta y la camisa como pudo en esa posición—. No es justo.

—Nada es justo en esta vida, pero ya ves.

Ander gritó cuando una firme estocada se encontró con su próstata, un embiste profundo, otro más, y su dom era una bestia insaciable que a cualquier mortal le encantaría cobijar en sus sábanas.

Emmanuel abandonó su entrada y se levantó de la cama. Ander tembló cuando la humedad de su sudor quedo a la intemperie sin el agradable cuerpo sobre él. El dom se dirigió una vez más a la mesa y asió un collar. Se acercó al filo de la cama y llamó al sumiso con su dedo índice. Ander, con el agotamiento en su máximo nivel y una media erección gateó hasta donde se encontraba. El collar de cuero y púas se ciñó a su garganta. El dom apretó y el oxígeno desapareció en Ander. Le dio un lametón sobre los labios.

—Date la vuelta, sobre manos y rodillas—ordenó y liberó el agarre para que el sumiso obedeciera.

Ander se mordió el labio inferior y se giró en la cama. Las nalgas rojizas quedaron frente a la erección de su amante. Emmanuel las contempló, las acarició y las sacudió entre sus manos. Una nalgada potente fue a parar a su glúteo izquierdo, y luego al derecho. El sumiso gimió alto y el dom se enterró de una sola estocada como era su costumbre infernal.

La cama se sacudió ante la potencia de los embistes. El sudor resbaló del cuerpo de Ander y cayó sobre las sábanas de satén del mismo modo que el semen y el líquido transparente que salía de su nueva erección. No necesitó demasiado para venirse esta vez. Emmanuel lo sujetó del collar y frenó el oxígeno que ingresaba a sus pulmones. El vaivén rápido, violento, cargado de lascivia y por instantes de ira irrefrenable castigó cada centímetro de su cuerpo. Ander apretó las sábanas y gritó el orgasmo. Su esfínter se apretó a tal punto que Emmanuel jadeó y se descargó en el interior del sumiso más caliente que ese club tendría, con seguridad. Emmanuel se desmoronó sobre su amante. Los aplausos los trajeron a la realidad cuando Ander, con sus manos trémulas buscó el antifaz para quitárselo. Emmanuel lo detuvo.

—No, todavía no—ordenó sobre su oído.

—¿Por qué? Es mi decisión.

—Eso lo tengo claro. —Emmanuel le mordió el cuello—. Sin embargo, por alguna razón, creo que me ha gustado este juego y pienso volverlo a jugar. Si te quitas el antifaz, todo terminará.
Ander rio y escondió su cara entre las sábanas.

—Esto es una locura.

Emmanuel buscó su rostro y le devoró la boca. La audiencia estaba entusiasmada por esa sesión que se tornó infinita. Ander dio un quejido cuando la lengua de su amante abandonó su boca. Sus cuerpos todavía permanecían unidos. La textura de la ropa sobre su piel desnuda fue lo más sensual que el sumiso degustó.

—¿Sabes? —El dom peinó los cabellos húmedos—. Creo que es la primera vez que coincidimos en algo. 

Match point - Bilogía Match point Libro 2 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora