Capítulo 15: Milenesa.
Observé a Kageyama, inmóvil en el sillón, su mirada perdida en algún punto indeterminado del espacio. La preocupación se apoderó de mí mientras me acomodaba frente a él, inclinándome hacia adelante en un intento por captar su atención.
— ¿Cómo te encuentras?— inquirí, mi voz cargada de una mezcla de curiosidad y aprensión. El silencio que siguió a mi pregunta solo intensificó mi inquietud. — ¿Kageyama? — insistí, esperando que el sonido de su nombre lo trajera de vuelta de sus cavilaciones.
Finalmente, como si emergiera de las profundidades de un océano de pensamientos, Kageyama respondió, su voz apenas un susurro:
— Milenesa no ha estado bien. Se niega a comer y cada día la veo más delgada. — Sus manos, cerradas en puños tensos, revelaban la angustia que sus palabras intentaban contener.
Comprendiendo la gravedad de la situación, me trasladé a su lado, acortando la distancia física entre nosotros en un intento por ofrecer consuelo silencioso.
— ¿Cuánto tiempo lleva en este estado? — pregunté suavemente, colocando mi mano sobre su hombro en un gesto de apoyo.
Lentamente, Kageyama alzó la mirada, sus ojos encontrándose con los míos. La fatiga y la preocupación habían dejado huellas visibles en su rostro: ojeras pronunciadas y una mirada apagada que contrastaba con su habitual intensidad.
— Tres días. — respondió, su voz cargada de un cansancio que iba más allá de lo físico.
Comprendí entonces que mi papel en ese momento no era el de un simple espectador. Kageyama había acudido a mí en busca de un apoyo que quizás no sabía cómo pedir directamente. Con una determinación renovada, me levanté, instándole a seguirme.
Sin mediar palabra, nos dirigimos hacia la parada de autobús más cercana. Una vez a bordo, noté la reticencia de Kageyama a sentarse, pero con un gesto silencioso lo guié hasta un asiento junto a la ventana. El silencio entre nosotros era palpable, cargado de preocupaciones no expresadas.
— Antes de que empezara a sentirse mal, ¿la llevaste a su control habitual? — pregunté, rompiendo el silencio.
Kageyama asintió, su respuesta un simple.
— Sí — que invitaba a más preguntas.
— ¿Y en ese momento parecía estar bien? — continué, recibiendo otro asentimiento como respuesta. — Pero luego empezó a sentirse mal de repente, ¿verdad? ¿Ha tenido otros síntomas además de la pérdida de apetito?"
Kageyama volvió a asentir, su voz ganando un poco de fuerza al responder:
— La llevé de vuelta al veterinario. Recomendaron medicamentos, una dieta blanda y reposo absoluto. Se suponía que debíamos ver mejorías en uno o dos días, pero ya vamos por el tercero y... — Su voz se apagó, pero luego añadió, casi sorprendiéndome: — Gracias, Hinata.
Una sonrisa se dibujó en mis labios ante su agradecimiento. — Vamos a verla ahora. — propuse. — Estaremos con ella y veremos si podemos animarla a comer. Si no hay mejoría, la llevaremos de nuevo al veterinario. ¿Te parece bien?
La sonrisa fugaz que cruzó el rostro de Kageyama fue toda la respuesta que necesitaba. Cerró los ojos, apoyando su cabeza contra el respaldo del asiento, y yo respeté su necesidad de silencio durante el resto del trayecto. Al llegar a su edificio, saludamos al anciano conserje, cuya memoria a veces le jugaba malas pasadas. Con paciencia, le recordamos el apartamento de Kageyama antes de dirigirnos al ascensor.
Una vez en el séptimo piso, Kageyama abrió la puerta de su apartamento, el número 701. Me cedió el paso, ofreciéndome unas pantuflas mientras él permanecía descalzo. Nos dirigimos directamente a su habitación, donde Milenesa yacía sobre la cama, su presencia una sombra de su habitual vitalidad. Me acerqué a ella, acariciando suavemente su pelaje. Sus ojos, aunque cansados, conservaban un destello de su brillo característico. Verla en ese estado me conmovió profundamente. Milenesa no era solo la mascota de Kageyama; se había convertido en una amiga querida, testigo de innumerables momentos de alegría y complicidad.
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˚₊‧ 𝐍𝐨 𝐦𝐞 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚𝐬 ‧₊˚→ ᴀᴛsᴜʜɪɴᴀ
FanfictionUn interés inexplicable emergió, inquietante y profundo, en el corazón de Hinata. Nunca antes había experimentado una atracción tan intensa, y mucho menos hacia otro hombre. Se encontraba al borde de un abismo de emociones desconocidas, a punto de a...