⊹₊ ⋆ Capítulo 42

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Capítulo 42: Despertar juntos.

El roce etéreo de sus dedos sobre mi piel despertó cada fibra de mi ser. Una caricia tan sutil como el aleteo de una mariposa, pero lo suficientemente intensa para arrancarme de los brazos de Morfeo. Mis párpados se abrieron pesadamente, revelando la familiar penumbra de la habitación de Atsumu. Su mano, cálida y gentil, continuaba su danza sobre mi piel, trazando patrones invisibles que encendían mi alma. Cada roce era una declaración silenciosa, un poema táctil que narraba su devoción. Giré mi cabeza, buscando el origen de aquella dulce tortura.

Allí estaba él, recostado como un dios griego, su cabeza apoyada en su mano, sus ojos devorándome con una intensidad que robaba mis sueños. Una sonrisa, lenta y seductora, se dibujó en sus labios cuando nuestras miradas se encontraron, entrelazándose en una danza tan antigua como el tiempo mismo. Era la tercera vez que compartíamos lecho, pero la primera en que despertaba para encontrarlo aún a mi lado, como si temiera que al cerrar los ojos yo pudiera desvanecerme. La emoción me embargó, desbordándose en un abrazo desesperado, mis brazos rodeándolo con la fuerza de quien teme perder un tesoro recién descubierto.

Su risa, profunda y masculina, vibró contra mi pecho, enviando ondas de placer por todo mi cuerpo. La ternura en su voz era palpable cuando sus dedos se enredaron en mi cabello revuelto, peinándolo con una delicadeza reverencial. Cada tirón suave era una promesa, cada caricia un juramento.

Apoyé mi oído contra su pecho, dejando que el ritmo constante de su corazón se convirtiera en la melodía de mi existencia. En ese momento, supe con certeza que el día que ese latido se detuviera, mi propio corazón dejaría de funcionar.

— ¿Deseas que te deleite con un festín matutino, mi amor? — su voz, ronca por el sueño, acarició mis oídos como terciopelo. Incapaz de formar palabras, asentí contra su pecho, embriagada por su aroma y su calor. — Debo confesarte que mis habilidades culinarias son limitadas. —admitió con una sonrisa en la voz. — He dominado lo básico, lo suficiente para mantenerme con vida.

Una risa burbujeante escapó de mis labios, encontrando adorable su honestidad.

— Entonces, me temo que nuestro matrimonio está condenado antes de comenzar. —bromeé, mi voz teñida de una falsa seriedad.

Sus ojos se abrieron de par en par, una mezcla de sorpresa y horror bailando en sus pupilas. No esperaba ese golpe a su ego masculino.

— ¿Crees poder resistir la tentación de no convertirte en mi esposo, de no ser mío por completo? — su voz se tornó grave, cargada de una sensualidad que hizo temblar mis rodillas — Nadie me rechaza, cariño. Nadie.

— Siempre hay una primera vez.— susurré, mi sonrisa desafiante ocultando el temblor de mi corazón.

El horror en su rostro fue reemplazado por una determinación feroz.

— Me inscribiré en clases de cocina. —declaró con la solemnidad de quien hace un juramento sagrado.

Mis mejillas se tiñeron de carmesí, incapaz de ocultar la emoción que su compromiso despertaba en mí.

— Me parece perfecto. — murmuré, elevándome hasta que nuestros labios estuvieron a la misma altura.

Deposité un beso en su boca, dulce pero efímero, una promesa de lo que estaba por venir. Su sonrisa se ensanchó, una mezcla de triunfo y adoración que hizo que mi corazón se saltara un latido. En ese momento, supe que no importaba si aprendía a cocinar o no. Ya me había servido el manjar más exquisito: su amor incondicional.

— Ahora debes de llevarme con correa al trabajo, porque no quiero levantarme. — murmuró con una mirada coqueta, la punta de su lengua acaricio mis labios. Una invitación que carecía formalidad. — Cuidar de tu perro adiestrado también es demostración de afecto.

˚₊‧ 𝐍𝐨 𝐦𝐞 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚𝐬 ‧₊˚→ ᴀᴛsᴜʜɪɴᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora