⊹₊ ⋆ Capítulo 49

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Capítulo 49: ¡La emoción me consume!

El trayecto de regreso a casa se convirtió en un viaje a través de un universo paralelo, uno donde la realidad tangible se desdibujaba frente a la vívida pantalla de mis pensamientos. Los pasos que daba parecía llevarme más lejos de la acera concreta y más profundo en el laberinto de mis ensoñaciones. Una felicidad inconmensurable, tan vasta como el océano y tan brillante como mil soles, inundaba cada fibra de mi ser, elevándome a alturas que jamás había imaginado alcanzar.

¿Matrimonio? La palabra resonaba en mi mente como una sinfonía celestial, cada sílaba una nota perfecta en la melodía de nuestro amor. ¿Casarnos? Yo, que nunca me había visto a mí mismo caminando hacia el altar, mucho menos de la mano de otro hombre. Sin embargo, ahí estaba, abrazando esta idea con el fervor de un converso recién iluminado. La noción de género se desvanecía frente a la magnitud de mis sentimientos por Atsumu. Si él me pidiera correr una maratón de un millón de hectáreas, mis pies ya estarían en movimiento antes de que terminara la frase, impulsados por la fuerza imparable de mi devoción. En el teatro de mi mente, la escena se desplegaba con una claridad cristalina: Atsumu, majestuoso en su traje formal, esperándome en el altar. Su sonrisa, esa sonrisa que podría iluminar las noches más oscuras, dirigida exclusivamente a mí. Nos rodearían nuestros seres queridos, testigos del milagro de nuestro amor. Osamu y Kenma, nuestros fieles compañeros, de pie junto a nosotros como testigos de esta unión sagrada. Casi podía oler la fragancia de las flores, una mezcla delicada de aromas que bailaba en el aire, perfecta en su sutileza.

Los detalles de la ceremonia comenzaron a tomar forma en mi imaginación, cada uno más emocionante que el anterior. ¿Qué tipo de decoración preferiría Atsumu? Colores pastel, suaves y etéreos, o quizás algo más audaz y vibrante, un reflejo de su personalidad dinámica. La torta, ah, la torta. No una simple creación de dos pisos, no. Nuestra celebración merecía una obra maestra de cuatro niveles, un monumento comestible a nuestro amor. ¿El sabor? Mi predilección por el bizcocho de vainilla era conocida, pero ¿qué deleitaría el paladar de Atsumu? Una pregunta más para añadir a la lista interminable que ansiaba hacerle. Y los regalos, oh, los regalos. Imaginé una montaña de paquetes, cada uno un símbolo tangible del afecto y los buenos deseos de nuestros seres queridos. Las tarjetas de invitación danzaban en mi mente, obras de arte en miniatura creadas por las manos hábiles de Yachi. Su madre, una orquestadora de eventos sin igual, transformaría nuestros sueños en una realidad deslumbrante.

La realización de que aún faltaban dos años para este momento sublime me golpeó con la fuerza de una ola, una mezcla embriagadora de anticipación y impaciencia. Dos años que se extendían ante mí como un vasto océano de posibilidades, cada día una oportunidad más para sumergirme en la profundidad de nuestro amor. Mis pensamientos, cual mariposas inquietas, revolotearon hacia otra cuestión: mi atuendo. ¿Negro o blanco? ¿Importaba realmente el color cuando el verdadero adorno sería la felicidad que, sin duda, irradiaría de cada poro de mi piel?

Y entonces, como un rayo de sol atravesando las nubes, una idea nueva y emocionante iluminó mi mente: la paternidad. La imagen de Atsumu sosteniendo a nuestro hijo en sus brazos, arrullándolo con una nana suave, mientras yo preparaba la cena (o quizás al revés, considerando su reciente interés en las artes culinarias) se grabó en mi corazón con la fuerza de un sello ardiente. ¿Cuántos pequeños iluminarían nuestro hogar con sus risas? Dos, tres, el número exacto parecía irrelevante frente a la magnitud del amor que sabía que derramaríamos sobre ellos. Mi querida Natsu, convertida en tía, una figura de amor y diversión para nuestros hijos. Podía verla claramente, sus ojos brillantes de alegría mientras jugaba con sus sobrinos, transmitiéndoles esa chispa de vida que siempre la ha caracterizado.

El sonido estridente de mi celular me arrancó abruptamente de mi ensoñación, devolviéndome a una realidad que, por un momento, había olvidado existía. El nombre de mi madre parpadeando en la pantalla fue como un balde de agua fría, recordándome súbitamente mis responsabilidades y las expectativas que había dejado de lado en mi fuga romántica.

˚₊‧ 𝐍𝐨 𝐦𝐞 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚𝐬 ‧₊˚→ ᴀᴛsᴜʜɪɴᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora