⊹₊ ⋆ Capítulo 52

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Maratón 1/3 - Capítulo 52: Más horas extras.

Inhalé profundamente, permitiendo que el aire fresco llenara mis pulmones en un intento metódico de sofocar la creciente sensación de inquietud que la reciente llamada telefónica había despertado en mi interior. Con un movimiento deliberado y preciso, devolví el dispositivo móvil a la seguridad de mi bolsillo, sintiendo el peso familiar contra mi muslo como un recordatorio tangible de las responsabilidades que yacían más allá de las paredes de mi lugar de trabajo.

Mis pasos, medidos y decididos, me llevaron hacia la cocina, un santuario de acero inoxidable y superficies inmaculadas. La necesidad de purificar mis manos se alzaba como un imperativo categórico en mi mente, un ritual de limpieza que trascendía la mera higiene para convertirse en un acto de devoción profesional. El contacto con el teléfono celular durante las horas laborales no solo estaba explícitamente prohibido por los reglamentos internos, sino que además representaba una transgresión potencial contra los estrictos protocolos de sanidad que regían nuestro dominio culinario. 

La conversación telefónica que me había obligado a apartarme momentáneamente de mis deberes resonaba aún en mi mente. La voz de la madre de Shouyou, un deje de decepción apenas disimulada, había inquirido sobre la posibilidad de una visita vespertina. Mi respuesta negativa, aunque necesaria, pesaba sobre mi conciencia como un manto de plomo. La comprensión tácita de las razones detrás de mi rechazo, compartida por ambos, no aliviaba completamente la sensación de culpa que se arraigaba en mi pecho.

El agotamiento, mi fiel compañero estos días (porque, ¿quién necesita amigos cuando tienes fatiga crónica?), se manifestaba en cada célula de mi ser. Las horas extras se habían acumulado como si fueran coleccionables de edición limitada, cortesía de nuestro querido gerente y su brillante estrategia ante la escasez de personal. Mi hermano y yo nos habíamos convertido en los Atlas de este establecimiento, sosteniendo el peso del mundo sobre nuestros hombros con turnos que parecían extenderse hasta el infinito y más allá. La promesa de una compensación económica adicional al viernes, día de pago, brillaba en el horizonte como un espejismo en el desierto de nuestro cansancio. Esta perspectiva financiera era el oasis que mantenía viva mi determinación, infundiéndome la fortaleza de un superhéroe de segunda categoría para perseverar a través de estos turnos interminables.

Con la precisión de un neurocirujano (porque, claramente, colocar cubiertos requiere la misma destreza), mis manos se movieron sobre la bandeja de servicio. Mis dedos, verdaderos prodigios de la evolución, buscaron las servilletas como si de ellas dependiera el destino de la humanidad, colocándolas junto a los cubiertos en un arreglo digno de un museo de arte moderno.

Me acerqué a Runa, mi colega y faro de sabiduría en este laberinto gastronómico, con la eficiencia de un robot programado para la cordialidad. Su indicación sobre la mesa destinataria de mi preciosa carga fue recibida con un agradecimiento tan sincero como el de un político en campaña. Cada acción en este microcosmos culinario estaba impregnada de un sentido del deber tan profundo que haría llorar a un marine. A pesar del cansancio y las preocupaciones personales que acechaban en los márgenes de mi conciencia como tiburones hambrientos, me encontraba más concentrado que un monje zen en plena meditación.

Finalmente, con la gracia de una bailarina de ballet me acerqué a la mesa. Mi voz, modulada en un tono de cortesía profesional tan auténtico como un billete de tres euros, ocultaba la marea de pensamientos que amenazaba con hacer estallar mi cabeza en cualquier momento. Otro día más en el paraíso del servicio al cliente, pensé, mientras mi sonrisa se mantenía firme como si estuviera pegada con súper pegamento.

— Hola, ¿es aquí que pidieron salmón con sésamo? — inquirí, adhiriéndome al protocolo establecido con la precisión de un relojero. La pregunta, aparentemente inocua, era en realidad un baluarte contra errores potenciales, una salvaguarda contra la confusión que podría empañar la experiencia gastronómica de nuestros comensales.

˚₊‧ 𝐍𝐨 𝐦𝐞 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚𝐬 ‧₊˚→ ᴀᴛsᴜʜɪɴᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora