8.Nᴜᴇᴠᴏs ʜᴀ́ʙɪᴛᴏs

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El Impala se deslizaba por la carretera, con Dean al volante y Kate en el asiento del copiloto, mirando fijamente la carretera delante de ellos. En el asiento trasero, Sam estaba absorto en su portátil, tecleando con concentración. El silencio llenaba el coche, cada uno de los ocupantes sumido en sus propios pensamientos.

El rubio miró de reojo a la que tenía a su lado, notando su expresión seria y perdida. Decidió interrumpir el silencio.

—¿Estás bien? —le preguntó, sacándola de sus pensamientos.

Esta giró la cabeza hacia él por un instante, una pequeña sonrisa en sus labios.

—Sí, sólo estoy algo cansada. —Bromeó—. Se nota que no estoy tan acostumbrada a correr como Sammy.

El conductor asintió, una sonrisa curva en sus labios, y decidió encender la radio. Cuando las primeras notas de una canción clásica empezaron a sonar, subió el volumen y comenzó a cantar con entusiasmo.

—¡Esto es un clásico! —exclamó Dean, golpeando el volante y la tapicería del Impala como si estuviera tocando la batería.

Kate lo miró, riendo suavemente, no tanto por la situación en sí, sino porque hacía mucho tiempo que no veía a Dean tan relajado y animado. Mientras tanto, el del asiento trasero levantó la vista de su portátil y frunció el ceño.

—Dean, baja el volumen —pidió, con voz exasperada.

Este, sin dejar de golpear el volante al ritmo de la música, alzó un dedo y se lo puso en su oreja, subiendo aún más el volumen.

—¡No te escucho! La música está muy alta —dijo en tono burlón.

—Deja de actuar como un crío —respondió el castaño, levantando la voz para hacerse oír.

Su hermano lo miró por el espejo retrovisor, con una sonrisa traviesa.

—El conductor elige la música...

Sam suspiró, resignado, y terminó la frase junto con su hermano.

—... y el otro cierra la boca.

Nashville, Tennessee

Llegaron a Nashville al mediodía, el sol brillaba con fuerza mientras se dirigían a un motel de carretera. Tras una breve discusión sobre la distribución de las habitaciones, finalmente alquilaron dos: una para Dean y Sam, y otra para Kate. Después de acomodarse, se pusieron sus trajes de abogados y se dirigieron a la prisión local para hablar con el último asesino detenido.

El hombre, vestido con un traje naranja, los miraba con desconfianza desde el otro lado de la mesa en la sala de visitas.

—No entiendo qué más quieren hacer —dijo el hombre, Señor Benson, con voz cansada—. Voy a declararme culpable.

—No pasa nada si quieres que no te representemos —replicó Dean, sin mucho tacto—. Tampoco me parece una mala idea.

Sam carraspeó, tratando de calmar la situación, y se inclinó hacia adelante.

—Lo único que queremos es saber qué pasó, Señor Benson.

El detenido seguía mirando la mesa, evitando su mirada. Kate, con voz suave, intentó otra vez.—Señor Benson, por favor, cuéntenos lo que sucedió.

Finalmente, el hombre levantó la cabeza y miró a los tres, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y dolor. Tras unos segundos de silencio, comenzó a hablar.

—Maté a mi esposa —dijo con voz entrecortada—. Lo hice porque ella hizo planes sin consultarme primero.

Se hizo un silencio incómodo en la sala. Sam, buscando descartar una posesión demoníaca, le hizo una pregunta directa.—¿Cómo se sintió cuando lo hizo? ¿Sentía que no controlaba su cuerpo?

EL NEGOCIO FAMILIAR | (Dean Winchester)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora