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"Es en nuestro interior donde habitan los mayores monstruos, en nuestras manos está la llave, nuestra es la decisión de dejarlos salir."

El crujir de la madera se estaba ensordeciendo, todo lo que les rodeaba parecía desvanecerse y entrar en otro mundo frente a los ojos de todos, una sensación de ahogo y ansiedad, la habitación dando vueltas en un espacio oscuro hasta hacerles caer al suelo. Bajo sus manos, todos los presentes comenzaron a ver una mano salir de debajo de las de todos, desde las sombras para atraparles dándoles la vuelta sobre sí mismos.

La oscuridad parecía tomar el lugar, hacerse dueño y señor y de pronto, nada, no habían ruidos, no había color, solo una oscuridad inmensa e insípida, insulsa, carente de todo y llena de nada, ante cada uno solo la soledad. Entonces Orlok fue el primero, recordando sus días en el monasterio, con los monjes Shaolines, entrenando, con los rayos de sol alumbrando los campos sembrados, algunos meditando y otros entrenando, pero ese día, ese era diferente a todos los demás. Al principio Orlok se vio siendo un niño que corría con los demás por los pasillos, al segundo de darse cuenta, de ver al gran sabio, se dio cuenta y se vio como era ahora. Intentaba alarmar a los demás monjes, sin embargo estos actuaban como si no le viesen, y entonces los vio llegar, aquellos demonios de cuernos retorcidos y alas rojas que tiñeron su templo de carmesí, Orlok revivió la casi extinción de la única familia que tuvo.

- ¡Maestros!¡Hermanos! no no no...otra vez no...tengo que hacer algo, vamos vamos...por favor no...¡Nooo! - Gritaba Orlok con todas sus fuerzas, con la voz llena de desesperación.

La oscuridad en los ojos de Paknar comenzaba a aclararse como si de un sueño hubiera despertado, aquel chico bajito, fornido, con el pelo recogido y una barba poblada, se vería en su cama, en la casa donde se crió. Todo iba bien, un desayuno normal con sus hermanos pequeños, su madre y el padre al que apenas podía ver. Todo eran risas, cada cual marchó para hacer sus tareas, incluso su madre realizaba las suyas a duras penas. En un momento, Paknar vio a su padre caer fulminado sobre el campo que se encontraba labrando. Mientras corría hacia él, uno de los pequeños salió gritando que la madre había muerto al caer por las escaleras, poco a poco y en cuestión de segundos incluso los pequeños fueron muriendo de trágicos accidentes sin que él pudiese salvarles, incluso con sus portales era inútil y la desesperación se apoderó de él.

- ¡Nooo! ¡Basta por favor! no puede estar pasando...maldición, no puedo salvar a nadie...no puedo salvar a nadie...soy inútil...no puedo proteger a nadie - La voz temblorosa de Paknar había entrado en bucle ante aquella trágica visión.

Era ahora el turno de Morgana, verse en una playa, sentada en el mar, oteando el horizonte hasta donde le llegase la vista, sentada junto a sus amigos y Alessandra, tomada de su mano. Entonces quienes consideraba su nueva familia la tomaban de las manos y mirándola con una expresión de despreocupación y malévola a la vez iban tirando de ella, acercándola al mar mientras Morgana gritaba porque la dejasen, confundida intentaba luchar, intentaba hacerles entrar en razón pero nadie parecía hacerle caso hasta que sus pies tocaron el mar, sintiendo el frio en ellos. Un haz de luz se vio en el cielo y del mar apareció un gran puente que llevaba a una isla, entonces unas cadenas la amarraron llevándola a su isla natal con sus amigos caminando detrás de ella, riendo a carcajadas. Cuando llegaron un verdugo la esperaba con un gran hacha y tribunal improvisado con sus parientes y quien la condenó también. Morgana suplicaba por su vida, suplicaba a sus amigos quienes seguían riendo, diciéndole que dejase de quejarse por estar en casa.

- Por favor no, por favor...no dejéis que me maten...que me van a matar ¡Por favor! ¡Auxilio! - Gritaba con desesperación por su vida Morgana.

Alessandra no fue menos cuando de nuevo comenzó a revivir el día que se rompió. El tictac del reloj, el viento silbando al pasar por las torres, Alessandra reconoció aquello y bajó rápidamente las escaleras del castillo hasta la entrada del muro principal donde un trabajador de su casa y los Maestres, junto a Corvus se encontraban hablando. La chica se acercó temblorosa como la primera vez, negando con la cabeza en cuanto los ojos de todos se posaron en ella, viendo como Corvus y Andrómeda se acercaban a ella hasta tocar sus brazos y en un instante la escena la llevó delante de una mesa fría de piedra, frente al cuerpo sin vida de su padre. Alessandra cayó al suelo de rodillas comenzando a golpear la superficie en la que se encontraba entre lágrimas, suplicando que su padre se levantara.

Desierto de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora