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"Y es en nuestros sueños, donde no hay ni mal ni bien, donde seremos dueños o víctimas de nuestra propia alma".

Una oscuridad densa, un ínfimo haz de luz, unos pasos que se mueven con gran rapidez hacia ello, corriendo con gran desesperación... y de pronto, nada, absolutamente nada, solo oscuridad nuevamente, acompañado de un único sonido el de la respiración profunda de una joven. Un fogonazo de luz roja deslumbra e ilumina todo a su alrededor dejando ver la estructura de una mansión en medio de un bosque, en ruinas, todo tomado por la flora del lugar que no había respetado absolutamente nada. La dueña de la respiración al fin pudo mirarse en un espejo cercano, en mitad de un pasillo, su pelo castaño, sus ojos de un marrón suave, sus labios carnosos que parecían haber sido esculpidos con sumo cuidado, de una altura media y... ¿Con un vestido blanco? ¿Cómo podía ser? ¿Dónde estaba? Todo era extraño y familiar al mismo tiempo, todo era viejo y nuevo para ella, pero no fue hasta que escuchó la voz de una mujer llamarla que no salió de aquel trance, después llevo su vista hacia el final del pasillo donde pudo ver a una mujer vestida de rojo pasar por delante del resquicio del final del pasillo. Meredith en aquel momento, comenzó a correr tras ella, sin pensar en nada, como Alicia persiguiendo al conejo blanco hasta la madriguera, recorriendo toda la mansión, obviando las imágenes de los cuadros que adornaban cuartos y pasillos, hasta que al fin llegó a la parte trasera del lugar, donde sus orbes quedaron maravillados con lo que allí encontró, un jardín frondoso, donde los colores se habían mezclado para crear una visión extravagante.

En medio de aquel patio se encontraba la mujer vestida con una fina y suave tela roja que se ajustaba perfectamente a cada curvatura, una piel blanca como la nieve, unos cabellos ondulados del mismo color que el vestido, este entablaba un baile dulce y suave con su ropa, una armonía que encandilaba la vista. Al no darse la vuelta, su rostro era un enigma para la castaña, sin embargo, algo que no sabía explicar le hacia imaginar como era el rostro de su guía, seguramente tendría unas finas cejas rojas, pestañas largas y negras, la piel tan suave que ni las gotas de lluvia se atreverían a tocarla, sus ojos serian azules como el mar en calma, una nariz perfecta y unos labios parecidos a los suyos pero siempre adornados con pinta labios rojo... le era tan familiar que no podía sentir ni un ápice de miedo, tan solo ternura, algo que Meredith llevaba demasiado tiempo sin sentir por absolutamente nadie, pues cada persona que la embaucó, cada familiar con quien vivió e incluso aquellos que debían protegerla, le habían destrozado su corazón y su fe en los demás, pero aquella mujer... aquella mujer era distinta, podía incluso sentir el aroma de su pelo al moverse con el viento, un aroma dulce que la relajaba. Poco a poco, y como si fuese una especie de trance, comenzó a dar pasos hacia ella, caminado despacio, tan solo escuchando su voz, una voz apacible, dulce y prácticamente maternal que la llamaba -Meredith- repetía una y otra vez aquella mujer de rojo, una y otra vez sin voltearse para verle el rostro, provocando que las lágrimas de la joven comenzasen a tomar posesión de su rostro, sin entender nada, sin prestar atención a nada más que no fuese ella hasta que al fin estuvo lo suficientemente cerca como para colocar su temblorosa mano sobre el hombro de ella y al fin articular una simple frase

-¿Qui-quién eres?- al instante la mujer se dio la vuelta de manera grácil, sonriendo, no solo con sus labios, si no también con sus ojos provocando que aquella visión dejase a Meredith paralizada, llorando y con el labio tembloroso por intentar retener, de manera imposible, sus lágrimas y aún así, sin ser capaz de saber quien era aquella mujer.

El viento dio una tregua para que ambas se mirase, la dama de rojo llevó sus manos al rostro de la castaña, colocándolas en sus mejillas, sonriente y a la vez secando las lágrimas de Mer, que en aquel momento llevó las suyas sobre las de su contraria, colocándolas con cuidado y cerrando los ojos. La dama se acercó a ella dejando un suave beso sobre su frente, con cuidado, con suavidad, con calidez, pero... ¿Quién era ella? ¿Por qué sentía aquello? hasta que de sus labios, como si fuesen llevados por un titiritero dijo -¿Ma-mama?- a lo que la mujer ladeó suavemente la cabeza, sonriendo, cambiando al fin sus palabras -Mi pequeña Meredith, te he extrañado- un nudo se hizo dueño de la garganta de la chica que no fue capaz de articular ni una sola palabra más, tan solo pudo abrazarse a ella, rompiendo en llanto, recibiendo de vuelta aquel abrazo que decía "no me sueltes nunca por favor", donde ya no sentía soledad, frio y tristeza. Ambas se arrodillaron en el césped, Meredith sobre el pecho de la dama que la tenía entre sus brazos, acariciándole el pelo, consolándola -Mi querida niña, no puedes estar aquí, debes marcharte- a lo que Meredith, entre llantos respondió -No...no quiero volver a estar sola- la Dama la separó de sí con suavidad para mirarla a los ojos con una dulce sonrisa -Ya no vas a estar sola nunca más, pues esas personas queridas para ti te acompañarán, solo que aún no les conoces y además...- un corto silencio en el que alzó la vista de la joven para que sus miradas se cruzasen, fue dueño del momento -Él te protegerá de cualquier mal, lo se, pero necesita que vuelvas, o se perderá también en la oscuridad de su tristeza, vuelve con Corvus, mi dulce niña- en ese mismo instante ya no habían más lágrimas, ya no sentía dudas o tristeza, tan solo añoranza y amor familiar.

La dama se levantó con un movimiento grácil, extendió sus manos y alzó su pequeña, acercándose nuevamente para dejar un beso en su frente -Este no es tu lugar aún, no es tu momento, despierta mi dulce niña- después de aquello, la Dama roja se marchó por lo que parecía ser un laberinto botánico, dejando Meredith quieta, observando la ida de su madre hasta que al no verla más, bajó su mirada entristecida por la despedida, por no haberle dicho un simple te quiero, pero fue esta vez la voz de Corvus que la sacó de nuevo de su trance -Por favor Meredith, no te vayas... vuelve...- en aquel momento otro fogonazo de luz, esta vez blanca, consumió todo.

------------------------------- Fin del viaje -----------------------------------------------

Cuando Meredith abrió los ojos, se encontró a un chico de ojos color rubí, de cabello blanco rizado, tez morena, bastante corpulento y de una altura cerca del metro noventa que se encontraba arrodillado ante ella observándola con gran asombro, vestido aún de negro. A la izquierda del joven se encontraba una anciana de largo cabello blanco como la nieve, ojos violáceos que desprendían tranquilidad, de estatura baja, con una mano a la espalda y con la otra sosteniendo un báculo adornado con cuervos que ascendían hasta llegar a una garra con una esfera blanca en su interior, vestida con una larga túnica blanca con el emblema del Nido de cuervos, a la derecha de Corvus, se encontraba un anciano, vestido de negro, con expresión dura, ojos granates y con sus manos apoyadas sobre una espada negra adornada con cuervos dorados y una esfera roja al final de la empuñadura, de la misma altura que la anciana, en una habitación que rápidamente la sorprendió por completo, dejándola unos instantes sin la capacidad de articular alguna palabra, incluso los cuadros y alguna que otra pequeña escultura la observaban también, después miró a Corvus nuevamente.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué me miráis?- el chico se levantó, dejando ver su gran tamaño, no solo por lo alto que era, también por sus anchuras -Meredith...estabas muerta....- el ceño de la joven se frunció rápidamente pues aquello no tenía ningún sentido, ella solo estaba soñando ¿no? -No puede ser...yo...yo estaba dormida únicamente ¿Cómo podía estar muerta?- la anciana se acercó hasta ella, colocando su mano sobre el hombro de la muchacha pero fue Corvus quien volvió a contestar -Lo que no entiendo es ¿Cómo has vuelto de entre los muertos?- al instante Andrómeda le habló también -Pequeña, has estado casi seis minutos muerta, estábamos curándote y de pronto...- en ese momento fue Eiran quien habló -De pronto tu cuerpo convulsionó y tu corazón se paró- el rostro de la chica no llegó a sorprenderse al recordar las palabras de su madre -Ahora entiendo lo que me decía- Eiran alzó una ceja pero antes de que nadie pudiese decir nada más fue Andrómeda quien contestó -Una dama roja... interesante, sobretodo porque la has visto en el mundo de los espíritus y supongo que seria un familiar tuyo, ya que en ese mundo tan solo los protectores y los familiares se aparecen los primeros para darnos la bienvenida- resolvió la anciana haciendo uso de su gran conocimiento espiritual -Pero ella me dijo que no era mi momento, que tenía que volver y entonces escuché...- antes de proseguir, recordó que fueron las palabras de Corvus quienes la trajeron de vuelta por lo que el color atomatado era dueño ahora del las mejillas de ella, Eiran y Corvus estaban expectantes pero fue la anciana quien ayudó en ese momento a la chica -Lo se, pero...esta vez será nuestro secreto- guiñó a la joven para darle a entender que serían cómplices de aquello -Y a vosotros dos no os importa lo más mínimo ¿De acuerdo? ahora yo la acompañaré a unos aposentos donde pueda descansar, ha sido una larga noche y el amanecer ya llega-.

Desierto de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora