Ariadne
En medio de la tormenta, las torres del castillo se alzaban imponentes contra el cielo oscuro iluminadas intermitentemente por los relámpagos que rasgaban el horizonte.
La lluvia torrencial azotaba las paredes de piedra como si el mismo cielo llorara por la tragedia ocurrida.
Dentro de sus muros el joven sol de nuestro imperio yacía sin vida, víctima de una traición vil y calculada.
Una amarga ironía oculta tras el trágico deleite de un Sanguinaccio dolce, que había elaborado anteriormente con carne de buey. Entre sus exquisitos ingredientes, el sabor mortal del cianuro y su leve aroma a almendras, pasaron desapercibidos.
Pero aquello había sido culpa de su confianza en mí, acepto mi regalo sin dudarlo, y gracias a ello, aquella noche tan dramático, el veneno cobró la vida del joven heredero, Alfonso de Carlo.
La bandera del castillo ondeaba erráticamente en lo alto de la torre simbolizando la inestabilidad y el caos que se avecinaban. Las llamas desnudas de los árboles cercanos se agitaban frenéticamente añadiendo una sensación de desasosiego al paisaje.
Esa noche sombría el destino del reino se había transformado para siempre, y sin saberlo, también el mío.
—Lo siento, su alteza real— dije.
Observé por ultima vez el cuerpo inerte del monarca. A pesar del toque de la muerte, su figura imponente aun era evidente, aunque solo su melena dorada permanecía visible, ya que sus resplandecientes ojos azules nunca más verían la luz del cálido sol.
—Larga vida al joven sol de nuestro imperio- proclamé solemnemente, ofreciendo una última reverencia antes de salir de la alcoba.
Aunque su muerte era necesaria para un bien mayor, permanecer un segundo más en aquella habitación habría destrozado mi cordura. El crimen no abandonaría jamás mi mente, pero estar lejos ayudaba a calmar mis nervios.
—Desháganse del príncipe de inmediato.— ordené con frialdad a dos guardias imperiales que esperaban fuera de la habitación. Soldados leales a mi nuevo soberano.
—Si, mi señora— respondieron al unísono, ingresando a la alcoba real del príncipe Alfonso.
Sin siquiera volver la mirada, continué mi camino. Mi mente vagaba, pero mis pasos sabían exactamente a dónde se dirigían: la sala del trono.
"Lo hice bien" me repetía, mientras pasaba por encima de los guardias que yacían sin vida en el pasillo.
"Fue un acto de amor puro. Por mi ídolo" pensaba, tratando de sofocar la culpa.
Había sido una rebelión feroz, el mayor golpe de estado, y yo había sido quien asestó el golpe final. Pero no era una traidora; solo era una mujer enamorada, atrapada por la pasión que sentía por él. Y es que sí, mi mayor pecado había sido cometido por amor a él. Seguí mi camino, como si estuviera caminando en mi hogar, ya que próximamente lo sería.
Tomé una última bocanada de aire antes de entrar a la imponente sala del trono.
El objeto de mi amor y devoción estaba ahí, mi perfecto prometido; como si se tratara de una deidad, él se erguía en el majestuoso trono bañado en la sangre de sus enemigos.
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...