Ariadne
La residencia del cardenal de Mare en San Carlo era majestuosa y espléndida. Llamarla simplemente una casa sería insuficiente. Era un sinuoso palacete ubicado en el centro de la ciudad, a pocos kilómetros del palacio real y la catedral de San Carlo.Al cruzar los cercos de la propiedad, me encontré nuevamente con la mansión, cuyas altas y detalladas paredes blancas, como el algodón, y los techos inclinados violáceos, reflejaban los ojos de la señora de la casa.
Al bajar del carruaje, el mayordomo Niccolo me indicó:
—Por aquí, señorita Ariadne.
—¿No veré primero a mi padre? —pregunté.
—El cardenal la verá después —respondió él—. Acompáñeme dentro, por favor.
El mayordomo comenzó a caminar con paso firme hacia la residencia. Al entrar en la mansión, no pude evitar notar las miradas curiosas de las mujeres del servicio. Entre risas, las atrevidas comentaban con mordacidad:
"¿Es una nueva doncella?" preguntó una. "¿No es más costoso el uniforme de sirvienta?" dijo otra.
Sus comentarios eran ofensivos; era imposible que no supieran de mi origen.
Pero ¿quién podría culparlas?
La austeridad, que es el deber más importante de un sacerdote, no se veía por ninguna parte.
En el interior, las paredes y el suelo de mármol pulido estaban adornados con los mejores tapices y alfombras del reino. Mi presencia allí contrastaba marcadamente: el lujo con mis harapos, la nobleza del cardenal y su familia con mi pobreza y mi bastardía.
La residencia de Mare era una mansión de tres pisos, con un ala especial para el servicio y un sótano que servía como sala de confinamiento. El primer piso podía considerarse como una sala común: un amplio espacio que incluía un opulento recibidor, una pequeña sala de banquetes, un comedor y una habitación para invitados. Cualquier visitante podía moverse libremente por esta planta. El segundo piso era relativamente privado, albergando el dormitorio de mi padre y su amante, los dormitorios de sus hijos y una habitación adicional para el cardenal, que a menudo utilizaba para estudiar. Aunque era considerada una alcoba, se asemejaba más a una pequeña biblioteca con un área para dormir.
Como sucedió en mi vida anterior, Niccolo no se detuvo en el primer piso para darme la habitación de invitados, ni en el segundo, ya que aún no era un verdadero miembro de la familia. Continuamos hacia el tercer piso. Este nivel estaba reservado para los sirvientes de mayor rango, incluyendo el ama de llaves y el mayordomo, así como los sirvientes especiales que asistían permanentemente a ciertos miembros de la familia. Además de las habitaciones de los sirvientes, el tercer piso contaba con almacenes de víveres y productos de limpieza, así como un descuidado y viejo ático que había sido la habitación de uno de los antiguos tutores y rara vez se usaba.
Ese último piso era el que estaba destinado a ser mi habitación por un largo tiempo.
—Esta es su habitación, señorita de Mare —dijo el señor Niccolo, abriendo la puerta de aquella antigua alcoba—. Siéntase como en casa. Enviaré a las sirvientas a atenderle pronto.
Apenas entré, pude ver la miseria de mis aposentos.
La primera vez que vi ese cuarto me pareció el de una noble, pero ahora no era más que una simple recámara, modesta y sobria. Las paredes eran lisas, de un apagado color beige, y dos ventanas daban al jardín central. El piso rechinaba ligeramente al caminar sobre él. La decoración era austera: había una cama, un armario, dos libreros, un discreto escritorio y una bonita alfombra con delicadas flores.
Para la Ariadne de 15 años, ese lugar era un palacio. Pasar de la habitación de granja a esta habitación en la residencia del cardenal fue un cambio monumental; pero hoy en día, después de disfrutar de las finas estancias de palacio, me parecía un lugar común.
Una vez que el mayordomo Niccolo salió y cerró la puerta, agradecí, a pesar de las limitaciones, que el lugar estuviera limpio. Caminé y revisé cada rincón. En el armario encontré un par de sencillos vestidos de seda, uno para salir y otro para estar en la residencia, además de un bonito pijama beige de algodón para la noche y un par de zapatos.
Una risa amarga escapó de mi boca. La ropa mostraba claramente el trato que recibía de mi familia: era solo un peón, no parte de esta familia. Era irónico ver que, a pesar de haber retrocedido en el tiempo, nada había cambiado.
Si prefieres escuchar este capítulo, ¡tenemos una versión en audio disponible! Puedes encontrarla en
https://youtube.com/@librosdemilibrero?si=-gm6PjX_9xRVgfr1
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¡Nota!
Esta novela es una adaptación realizada por mí, una fan, para compartirla con otros seguidores que deseen leerla en español.Dado que no está fácilmente disponible en nuestro idioma, o a veces no se entienden ciertas partes, me tomé la libertad de traducirla y adaptarla para todos nosotros.
No persigo fines de lucro; simplemente quiero rendir homenaje a la obra original, y disfrutarla junto a ustedes.
Pd. Trataré de actualizar todos los días😅🤭
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomansaEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...