Capítulo 15.-El Maestro Giovanni

16 3 0
                                    

Ariadne


     Los primeros días de mi vida en la casa del cardenal de Mare no trajeron grandes cambios; la primera semana la pasé aburrida en mi habitación. Isabella, con su tobillo aún lastimado, no salía de su cuarto, y Arabella permanecía encerrada por el castigo impuesto por mi padre. Yo fui la única que disfrutó de cierta libertad durante esos días.

     Pasaba mis horas en el jardín, bajo un viejo roble, desde donde podía observar la casa y admirar el castillo a lo lejos. Al atardecer, tenía el privilegio de ver cómo el sol se escondía tras las montañas. En mi vida anterior, nunca me detuve a disfrutar de la naturaleza o del calor del sol, ya que mi única preocupación era hacer la vida de César más cómoda. Decidí entonces que aquellos días serían como unas vacaciones.

     Con la ausencia de sus hijas, Lucrezia se las ingenió para organizar mis estudios. Aunque me dio una semana libre, sabía que aquello no era un regalo. La conocía demasiado bien; seguramente pensaba que el tutor de Isabella y Arabella sería un desperdicio en mí, a quien consideraba una "Iletrada". Por eso, al día siguiente del accidente de Isabella en las escaleras, envió al tutor de vacaciones por un mes, asegurándole el pago.

     Durante esa semana, Lucrezia aseguró a mi padre que estaba buscando un tutor adecuado para mí, alguien que pudiera enseñarme lo básico en pocos días, lo cual claramente no era cierto. Después de siete días de libertad, un lunes por la mañana, me encontré atrapada en la biblioteca de la casa, con mi nuevo tutor.

     —Este es el maestro Giovanni —dijo Lucrezia, presentando al hombre—. Él te enseñará latín y aritmética. Debes escucharlo con atención.

     Frente a mí estaba un hombre de unos 30 años, con un aspecto deteriorado. No tenía pinta de profesor; su ropa estaba un poco sucia, y su cabello negro se veía grasoso. Al acercarme, percibí un olor a alcohol, lo que me hizo dudar si realmente era un maestro o solo un charlatán.

     —Disculpa, madre —dije con actitud sumisa—. Me gustaría conocer el apellido de mi maestro para poder dirigirme a él de manera formal y respetuosa.

     —¡No digas tonterías y simplemente estudia! —gritó Lucrezia, molesta—. Si te digo que se llama Giovanni, es porque ese es su nombre. ¿Por qué quieres complicar más las cosas?

     Su respuesta solo aumentó mi incertidumbre. ¿Por qué se había alterado tanto por una pregunta tan insignificante? Aquel hombre era realmente extraño, sobre todo su falsa sonrisa, que nunca desaparecía de su rostro, ni siquiera cuando Lucrezia le pidió que lo llamara solo por su nombre. Él simplemente asintió, sin mostrar disgusto.

     "Pues Giovanni huele a pescado", pensé resignada. Ese hombre no me inspiraba la confianza necesaria para ser mi profesor; de hecho, dudaba que fuera capaz de enseñar a alguien. Mi primera semana de clases fue terriblemente aburrida. El supuesto maestro Giovanni pasó la mayor parte del tiempo explicando y repasando lo más básico del idioma.

     Oficialmente, yo era una chica de granja, así que se esperaba que mis conocimientos fueran casi nulos. No sabía cómo explicar que en mi vida anterior había pasado ocho años preparándome en ciencias, arte, idioma y conversación, todo lo que una dama debía saber.

     No obstante, aquello no era algo que podía confesar fácilmente, por lo que pasé esa larga semana con Giovanni.

     Mi mente divagaba en medio de las tediosas clases, pensando en mi futuro. "¿Qué puedo hacer para evitar comprometerme con César y sobrevivir?", me pregunté. "Casarme con otro" fue lo primero que pensé, pero sabía que mi padre nunca permitiría que me casara con otro hombre.

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora