Capítulo 47.- Dos favores para la libertad

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Ariadne



     Le solicité a la reina Margarita dos favores, dos peticiones que podrían cambiar el curso de mi desafortunada vida. Sabía, gracias a los ecos de mi existencia pasada, que debía ser cauta con los regalos que se me otorgaban.

     Mi madrastra, Lucrezia, valoraba el dinero por encima de cualquier otra cosa, mientras que mi padre ansiaba con avidez el "Corazón del Profundo Mar Azul".

     En cuanto a las baratijas, no me inquietaban. Si Isabella o Lucrezia llegaban a robármelas, no harían diferencia alguna en mi destino, pues aquellas joyas, de calidad inferior, no me serían útiles para lograr mi ansiada libertad. Para conseguirla, debía proteger esos 50 ducados y ser cuidadosa con la joya que me sería entregada, un zafiro de misterioso brillo.

     Aquella tarde, me incliné ante la reina y, con voz firme, rogué:

     —Su Majestad, le pido que redacte un recibo donde conste que he donado los 50 ducados al asilo de Rambouillet. Retiraré ese dinero cuando lo necesite. Si llevo esta cantidad a casa, sé que jamás será verdaderamente mía. —Hice una pausa antes de continuar—. El primer uso de ese dinero será adquirir una caja fuerte y colocarla en mi habitación. Se lo imploro, Su Majestad, emita una orden para que se instale lo antes posible.

     Sabía que para tener una oportunidad en esta vida debía mantener la mente fría y actuar con sabiduría.

     La reina, amable y generosa, aceptó mi petición. Mi plan era sencillo: utilizar el asilo como banco temporal, no porque confiara ciegamente en los servidores, sino porque confiaba en la reina. Por un breve instante, dudé si realmente necesitaba una caja fuerte. Los 15 ducados que costaría instalarla podrían emplearse mejor en otras cosas. Pero pronto deseché la idea. Entregar la custodia del zafiro a mi padre podría aliviar mi carga, y atraería hacia él los peligros que acechaban a quien poseyera la joya. Sin embargo, sabía que si se lo entregaba, el zafiro dejaría de estar bajo mi control.

     Recordé entonces que el zafiro me había sido dado a mí, no al cardenal. Cederlo significaba perder poder. Mi padre usaría la joya como moneda de cambio para concertar un matrimonio que lo beneficiara, prometiendo el zafiro al mejor postor. Y, al final, sería yo quien quedaría despojada de la joya y casada con alguien indigno. La idea de ver a Ippolito, mi estúpido medio hermano, luciendo el zafiro, me repugnaba. Antes habría hecho cualquier cosa por ganar el amor de mi padre, pero ya no era la joven ingenua que fui. Ahora, debía ser astuta y no ofrecer amor a quienes no lo merecían.

     Al día siguiente de la audiencia con la reina, una sorpresa me aguardaba.

     Al despertar, me encontré cómodamente instalada en la segunda habitación más grande de la casa, después de la de mi padre. Sancha, mi leal sirvienta, me despertó con un desayuno en la cama, y ambas disfrutamos de nuestro nuevo espacio durante la mayor parte del día.

     En la noche, mientras le leía a Sancha un pasaje del "Libro Sagrado", alguien llamó a la puerta.

     —Señorita, un sirviente de palacio ha venido a verla —anunció una de las criadas.

     —Hazlo pasar —dije, dejando a un lado el libro.

      El sirviente entró con una caja azul, brillante, cerrada con un delicado listón.

     —Buenas noches. ¿Es usted la segunda hija del cardenal? —preguntó con voz respetuosa.

     —Sí, soy yo —respondí.

     El joven se acercó a Sancha y le entregó la caja.

      —Si viene de palacio, ¿por qué no la trajiste durante el día? —inquirí con curiosidad.

      —La he traído en cuanto me la entregaron, señorita —respondió el sirviente, algo avergonzado.

      Sancha me acercó la caja, que abrí con cuidado sobre el escritorio. Dentro, relucía una horquilla dorada en forma de flor, adornada con decenas de turmalinas de un profundo tono rosa oscuro. Era una pieza de alta joyería, cuyo valor no podía pasar desapercibido.

     —He olvidado la nota —dijo el sirviente, extendiendo la mano hacia Sancha, quien tomó el pergamino y me lo entregó.

      Con la misma rapidez con la que había llegado, el sirviente se despidió, dejando tras de sí un aire de misterio. Desdoblé el pequeño pergamino sin esperar más. En él, solo había una única letra, "A", claramente firmada por el príncipe Alfonso.

Si prefieres escuchar este capítulo, ¡tenemos una versión en audio disponible!

https://youtube.com/@librosdemilibrero?si=-gm6PjX_9xRVgfr1

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¡Nota!

Esta novela es una adaptación realizada por mí, una fan, para compartirla con otros seguidores que deseen leerla en español. Dado que no está fácilmente disponible en nuestro idioma, o a veces no se entienden ciertas partes, me tomé la libertad de traducirla y adaptarla para todos nosotros.

No persigo fines de lucro; simplemente quiero rendir homenaje a la obra original, y disfrutarla junto a ustedes.

Pd. Trataré de actualizar todos los días😅🤭

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora