Ariadne
El murmullo de las damas resonaba en la sofocante quietud de la sala, llenando el silencio con susurros y comentarios incrédulos. Mis palabras habían causado un impacto innegable. Los rostros sorprendidos de las mujeres a mi alrededor evidenciaban su desconcierto, pero quienes más destacaban eran la condesa de Márquez y la marquesa de Civo.
—¿Por qué alguien rechazaría una joya así? —exclamó la condesa con asombro.
—¿Acaso no sería un gran honor para su familia? —preguntó la marquesa con voz incrédula.
—Un tesoro de tal magnitud se convertiría en una reliquia familiar invaluable —añadió otra dama de la corte, visiblemente perpleja.
Mientras las demás discutían lo impensable de mi rechazo, la única que mantenía la calma era la reina Margarita. Su mirada fija en mí no reflejaba sorpresa, sino una expectante serenidad. Parecía estar esperando el desenlace de mis palabras.
—Un tesoro inapropiado para su propósito puede volverse una carga para su dueño —dije, aún de rodillas frente a la soberana—. Su Majestad, no poseo ni la capacidad ni la seguridad para proteger tal joya. ¡Le ruego que me libere de este honor!
La reina entrecerró los labios, un gesto de resolución, y finalmente habló.
—Ariadne de Mare, sé por qué haces esto —dijo con una voz firme.
Me permití levantar la mirada. Su rostro seguía inexpresivo, pero sus ojos me contemplaban con algo más que frialdad; había en ellos una pizca de compasión. Aun así, su postura seguía siendo impenetrable.
—Esto no es obra mía —continuó la reina—. Es el rey quien ha decidido sobre este presente. No tengo el poder para intervenir en esto.
Con elegancia, la reina se levantó y entregó el joyero a una de sus damas de compañía. Luego, con delicadeza, tomó mis manos y me ayudó a ponerme en pie. Sin soltar mi mano, se volvió hacia la dama y, con un gesto sutil, le pidió que le devolviera el joyero. Con suavidad, depositó el pesado zafiro en mis manos. El frío de la piedra y el peso de la responsabilidad se sintieron como una carga aplastante sobre mí.
—Déjame decirte algo sobre esta joya —susurró la reina en mi oído—. Es demasiado para alguien como tú... o para cualquiera, excepto el rey. Muchos la codician. Si no puedes protegerla, haz que aquellos que la desean se destruyan entre sí, no a ti. No es fácil, pero no hay otra opción.
Incliné la cabeza en señal de sumisión, aunque internamente estaba gritando. ¿Cómo podría, una simple chica como yo, manejar tal peso? Mi rechazo sería visto por todos como una muestra de ingratitud o debilidad. Y sabía que la reina no podía ayudarme, pues la decisión venía del propio rey, una autoridad mucho mayor.
Aun así, decidí aferrarme a la bondad que la monarca había mostrado conmigo. Con el mayor de los respetos, levanté la cabeza y, en un gesto desesperado, le miré directamente a los ojos.
—¿Podría hacerle una pequeña petición, su Majestad? —pregunté con una mezcla de miedo y esperanza.
La reina pareció meditar mi petición por un breve momento. Miró al suelo, pensativa, y luego, con una expresión de curiosidad, volvió a fijar su mirada en mí. Sabía que estaba siendo juzgada en ese instante, sopesando mis palabras.
Finalmente, asintió ligeramente con la cabeza, lo que me dio el valor para acercarme a su oído y susurrarle mi petición. Con el corazón acelerado, recé para que no fuera demasiado pedir.
Tras escucharme, la reina se apartó ligeramente y dijo en voz alta:
—No es una petición que no pueda aceptar.
Luché por ocultar mi alegría, aunque sentí una oleada de alivio. Pero antes de que pudiera decir algo, la reina, con una sonrisa juguetona, añadió:
—Además, ya he preparado otro regalo similar para ti. ¿Acaso no te avergüenza pedir dos favores en lugar de uno?
Su tono no era serio, sino amigable y burlón, lo que provocó una sonrisa en mi rostro. Las tensiones que hasta ese momento habían dominado la sala se disiparon en un instante.
Las damas de la corte, incluidas la condesa y la marquesa, nos observaban boquiabiertas, sorprendidas por la repentina relajación del ambiente. Las risas suaves comenzaron a llenar la sala.
—Parece que su Majestad tiene un trato especial para esa niña —dijo la condesa de Márquez con tono burlón.
La reina, al escuchar aquel comentario, rió alegremente, una risa que jamás había visto en ella.
—Es porque esta niña es joven y adorable —respondió entre risas.
—Es como ver a su Majestad de pequeña —comentó una de las doncellas cercanas.
—Inteligente y reservada —añadió otra.
La reina asintió con una sonrisa y, con una mirada amable, añadió:
—Solo que, al escuchar su petición, creo que tendrá mejor suerte que yo, y tal vez, un mejor destino.
Con esas palabras, el ambiente en el salón se calmó una vez más. Una sensación de alivio y comprensión llenaba el aire mientras todos reflexionaban sobre lo que había ocurrido.
Si prefieres escuchar este capítulo, ¡tenemos una versión en audio disponible! Puedes encontrarla en
https://youtube.com/@librosdemilibrero?si=-gm6PjX_9xRVgfr1
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¡Nota!
Esta novela es una adaptación realizada por mí, una fan, para compartirla con otros seguidores que deseen leerla en español. Dado que no está fácilmente disponible en nuestro idioma, o a veces no se entienden ciertas partes, me tomé la libertad de traducirla y adaptarla para todos nosotros.
No persigo fines de lucro; simplemente quiero rendir homenaje a la obra original, y disfrutarla junto a ustedes.
Pd. Trataré de actualizar todos los días😅🤭
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...