César
Mi vida estaba sumergida en un océano de insatisfacción.
Aunque era el primogénito del rey León III, nunca pude ser considerado su heredero legítimo, ya que fui el fruto de su relación con una amante, una mujer de alta nobleza. El éxito parecía siempre estar al alcance de mi mano, pero se escapaba, manteniéndose cercano y a la vez, inalcanzable.
Durante mi corta infancia, mi padre me trataba como su futuro sucesor, permitiéndome comportarme como tal; sin embargo, mi buena fortuna terminó cuando el trono fue entregado a mi medio hermano, el inepto príncipe Alfonso, dejando el reino en manos incompetentes. A pesar de la generosidad de mi padre, quien le daba a mi madre dinero y joyas, y me permitía llevar una vida de libertinaje, el sentimiento de inferioridad me consumía.
Ese día, durante la misa mayor, me encontraba más irritado de lo habitual. Estaba sentado en el balcón inferior derecho del pasillo central de la basílica de San Ercole, consciente de que aquellos asientos eran un premio de consolación, mientras que los verdaderos miembros de la familia real ocupaban los mejores lugares en la planta superior, junto a la reina Margarita y su hijo Alfonso. Sentía unos celos profundos al no comprender por qué mi padre solo podía amar a mi madre y a mí en secreto. Aunque esto me dolía, mi orgullo me impedía mirar hacia el balcón de arriba, temeroso de ver a mi medio hermano y sentirme inferior. Para mí, todos debían estar por debajo.
Para distraerme, bajé la mirada hacia el recinto y, de repente, una visión me cautivó: Isabella, la hija del cardenal de Mare, la dueña de mis suspiros caminaba por el pasillo como una diosa. Aunque me parecía una exhibición de mal gusto, no podía evitar admirarla. Isabella siempre captaba la atención de todos a su alrededor, incluyendo la de aquellos caballeros que la seguían con la mirada, algunos de manera descarada, como si no pudieran evitarlo. Todos ellos eran simples mortales que cedían ante los instintos básicos, pero yo era diferente. Aunque me sentía fascinado por Isabella, mi deseo hacia ella no era como el de los demás; la quería por lo que representaba. Era la mujer más codiciada de la capital, y si era la mejor, debía pertenecer al mejor, que era yo.
Así era yo en todos los aspectos. No me interesaban los objetos en sí, sino el hecho de obtener lo que todos deseaban, pero no podían tener. Mis amigos, fieles a mis ideales, me alababan con comentarios llenos de admiración:
—Al fin y al cabo, es el conde César, ¿no son suyos los mejores caballos?
—No solo los caballos, sino todas las bellezas de San Carlo le pertenecen.
—¡Hasta tiene el favor de Isabella de Mare! Como es de esperar, el conde César es magnífico.
No pude evitar sonreír, ya que lo que decían era cierto. Desde el pasillo, Isabella me miró y sonrió con dulzura, una clara señal de que estaba interesada. Como cualquier caballero, le devolví el gesto con una leve inclinación de cabeza. Pensé en hablar nuevamente con el cardenal de Mare sobre el posible matrimonio, y si no, quizá pedirle consejo a mi padre en su próxima visita.
Mientras observaba a Isabella, otra joven captó mi atención. Se mantenía en la sombra, tras la radiante figura de Isabella, destacando por su apariencia sencilla y sombría entre la brillante familia del cardenal. Intrigado, ignoré los comentarios de mis amigos y me dirigí a mi madre, la condesa Rubina, quien estaba detrás de mí.
—Madre, ¿quién es esa joven de cabello oscuro que acompaña a la familia del cardenal de Mare? —pregunté.
Sin prestarme demasiada atención, mi madre respondió:
—Es la segunda hija del cardenal, fruto de su relación con una amante. Escuché que ha captado la atención de la reina Margarita.
—¿Qué tonterías dices? —exclamé con incredulidad.
—No subestimes las apariencias —replicó mi madre—. Si esa niña ha impresionado a la reina, no es tan común como parece.
—¿Y de qué sirve que una mujer tenga inteligencia? —dije con desprecio.
Mi madre alzó la mirada y, con una gélida expresión, respondió:
—¿Crees que estoy donde estoy solo por mi belleza?
—¿Acaso no es así? —respondí desafiante.
Con desaprobación, mi madre, idéntica a mí en muchos aspectos, bufó:
—Patético bastardo.
Sus palabras me hirieron profundamente, pero en ese momento, el sonido majestuoso del órgano llenó la basílica, señalando el inicio del sermón. Desde la entrada, un hombre comenzó a caminar hacia el altar. Era un sacerdote, vestido con sencillas ropas de cáñamo y un sombrero plano. Aunque su complexión era delgada, destacaba por su altura.
—Ese debe ser el sacerdote Acereto —murmuré para mí mismo.
Traté de controlar la ira que las palabras de mi madre habían despertado en mí y me senté a su lado, dispuesto a concentrarme en el sermón. El silencio fue envolviendo el lugar mientras el sacerdote se acercaba al altar. La atmósfera era diferente; todos los presentes aguardaban con expectación sus palabras, más que cualquier otro sermón del cardenal de Mare. Una vez en el altar, el sacerdote sacó un pequeño trozo de papel arrugado de su bolsillo y comenzó a hablar, sorprendiendo a todos al utilizar el español en lugar del habitual latín.
Si prefieres escuchar este capítulo, ¡tenemos una versión en audio disponible! Puedes encontrarla en:
https://youtube.com/@librosdemilibrero?si=-gm6PjX_9xRVgfr1
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¡Nota!
Esta novela es una adaptación realizada por mí, una fan, para compartirla con otros seguidores que deseen leerla en español. Dado que no está fácilmente disponible en nuestro idioma, o a veces no se entienden ciertas partes, me tomé la libertad de traducirla y adaptarla para todos nosotros.
No persigo fines de lucro; simplemente quiero rendir homenaje a la obra original, y disfrutarla junto a ustedes.
Pd. Trataré de actualizar todos los días😅🤭
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...