Capítulo 23.- Saludos en el salón de té

11 2 0
                                    

Ariadne


     El chirrido agudo de la voz de Isabella resultó exagerado, pero logró captar la atención de todos en el santuario. Mientras Isabella charlaba con su madre, su verdadero propósito era claro: atraer la mirada de la reina Margarita y sus doncellas.

     —Estoy encantada de que la reina haya decidido que escucháramos hoy sobre los sacrificios de Gon de Jesarche. Esa parte de la historia también es mi favorita, mamá.

     Lucrezia, ingenua y complacida, elogió a su hija.

     —Vale la pena que hayas aprendido el idioma del Reino de Gallico. ¿Qué parte te gustó más?

     —El sacrificio de Gon de Jesarche. —dijo Isabella sin entender del todo—. Me conmueve cómo él se sacrificó por la gente, y ellos le agradecieron.

     Las miradas se apartaron de mi media hermana, y la calma regresó al santuario. La misa que acabábamos de presenciar había tratado sobre uno de los santos más venerados de nuestro reino, cuya figura fundamenta nuestra monarquía. Según las escrituras sagradas, Gon de Jesarche merecía nuestra devoción por sus dos sacrificios. Primero, entregó su vida como mártir tras ser rechazado, y milagrosamente resucitó para luego sacrificarse de nuevo, salvando al reino de una gran catástrofe y ganándose los aplausos del pueblo. Su segunda muerte lo consagró como un símbolo de fe y sacrificio, especialmente reverenciado en las iglesias de San Carlo.

     Aunque la mayoría de los servicios religiosos se enfocan en el segundo sacrificio, la misa de hoy se centró en el primero. Isabella, con su limitado conocimiento del gallico, solo entendió la palabra "sacrificio" y probablemente pensó que se refería al segundo, fingiendo orgullo sin comprender del todo el sermón. Sin embargo, las presentes no eran en absoluto ingenuas.

     —Tras un extenso viaje, finalmente la alabanza se encuentra con el sacrificio.

     Una de las criadas de la reina Margarita, originaria de Gallico, habló, e intentó aliviar la tensión con una sonrisa torpe. Sin embargo, Isabella no comprendió el gesto de la criada que trataba de ayudarla y siguió presumiendo.

     —Después de que Gon de Jesarche falleció en Atonementis, los habitantes de las siete colinas de Gaias salieron a llorar en conjunto. — Isabella parecía inmersa en su actuación. — Es triste su muerte, pero ¿qué tan emocionante debió ser para sus seguidores haber recibido tanta fama después de ello?

     La atmósfera en la capilla se volvió tensa. ¿Era Isabella consciente de lo que decía? Aunque alababa el sacrificio del santo, sus palabras revelaban más envidia por la fama de los discípulos que gratitud. Sus comentarios, expresados tan abiertamente, solo servían para cuestionar su carácter y reputación, mostrando una falta de sensibilidad preocupante. Miré a Lucrezia, que trataba de mirar a otro lado con desesperación, y es que Isabella, inconsciente de todo a su alrededor, solo atinaba a mirar a las personas que nos rodeaban con sus grandes y bonitos ojos.

     Necesitaba intervenir para evitar que los graves errores de Isabella afectaran negativamente a mi padre, y familia.

     —Admiro más el valor que demostró Gon de Jesarche. —dije, esbozando una sonrisa amarga. —La muerte debe haber sido aterradora; seguramente estaba muy asustado antes de morir.

     Escuché cómo las damas comentaban entre ellas: "La más joven de las hermanas es muy cortés". Era comprensible que les sorprendiera ver a una niña en la frontera entre la infancia y la adultez, mostrando empatía hacia el sufrimiento humano. Sus rostros reflejaban conmoción mientras la atmósfera se relajaba.

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora